Tengan ustedes buenos días y buena jornada, independientemente de que en lo meteorológico caigan chuzos de punta y de que Gisele se haya empeñado en aguarnos el día. Pero no se agobien ustedes por eso. ¿Recuerdan que, hace nada, el problema era justamente el contrario: la falta de agua? Pues eso, como en eso del buen o mal tiempo no podemos hacer nada, y viéndonos ya en un marco bastante razonable de recuperación de la anterior sequía, hagamos eso tan del refranero que dice "a mal tiempo, buena cara". Total, la pongamos buena o mala va a ser lo mismo, y estoy seguro de que para eso de ir viviendo con cierta tranquilidad, cuantos menos problemas nos creemos, mejor. Y, sobre todo, disfruten del momento, procurando que no les lleve el viento.

Hoy, hablando de problemas -reales e impostados-, del disfrute y, en definitiva, de ese bien tan escaso que tenemos los humanos, y que se llama tiempo, hoy quiero hablarles aquí de algo tan absolutamente inútil como dañino, y que verdaderamente no aporta nada, empeorando mucho la calidad de vida de muchas personas, las que lo generan y las que lo sufren. Me refiero al odio o, más bien, a sus actores. A esos personajes que haber, hubo siempre -como las meigas-, pero que muy al calor de la revolución digital y de las nuevas formas de comunicación social o bien se han agudizado en número o bien, y eso seguro, se han visibilizado mucho más. En el ámbito anglosajón se conocen genéricamente con el nombre de haters. ¿Qué les parece si lo traducimos al castellano con algo así como "odiadores"? Hablamos de personas que manifiestan su absoluta repulsa contra algo, pero no como resultado de un proceso de análisis, razonamiento o algo parecido. El hater, una vez bien enfocado su objeto de odio, simplemente odia por odiar.

No sé cómo va esto en otros países, pero en el nuestro es un fenómeno verdaderamente creciente. Y preocupante, no por el impacto real de su actividad, ya que cualquiera con cierto criterio que escuche las barbaridades que pueden salir de la boca de un odiador, inconexas y tirando con bala siempre, desacreditará automáticamente mucho más al tal interfecto que al objeto y blanco de su odio. No. Impacto, me refiero, contabilizado en jornadas perdidas para tales personas, dedicadas muchas veces en cuerpo y alma a odiar muchas horas del día. Y esto, al margen de otro tipo de consideraciones ligadas al rendimiento profesional, no cabe duda de que tiene un coste importante para la sociedad.

Existe en psicología un fenómeno llamado "percepción de halo negativo". Esto, simplificando mucho, está relacionado con el hecho de que un comentario negativo sobre algo o alguien siempre encontrará mucho más eco que uno positivo. Es una forma de verbalizar esa realidad de que si tú cuentas algo malo de alguien, en clave de chisme, de escándalo o de afear su conducta, siempre vas a encontrar mucha mayor amplificación que si te limitas a expresar lo bueno de los que te rodean. Si hablas de excelencia a tu alrededor, resultarás anodino. Pero si eres el tertuliano afilado, que enseguida tira del hilo para encasquetar cualquier sambenito al de enfrente, por sistema y como objetivo en sí, al margen de la realidad, serás el alma de la fiesta.

Dicha percepción de halo negativo supongo que tiene que ver con una visión distorsionada de la propia realidad y, como no, con un cierto grado de frustración personal. Quien se dedica a odiar cualquier cosa que se mueva a su alrededor por el mero hecho de odiarla, seguramente está proyectando mucha de su propia frustración, por una parte, amén de no ser consciente de su propio rol al actuar de tal guisa. Una pena, pienso, porque soy de los que creen que el exiguo tiempo que tenemos para disfrutar sobre el geoide hay que gastárselo en hacer lo que a uno le satisface más, respetando a los demás, esperando también su respeto y procurando una cierta comunión con el entorno, como base para un alto grado de sensatez, sensibilidad y madurez. Todo ello, para mí, como fórmula para lograr una cierta paz interior, reñida -claro está- con el hecho de odiar por odiar, porque sí, y aún encima dedicarse a lastimar a diestro y siniestro, sin fundamento y muchas veces de oídas.

En fin. Todo esto se lo cuento por un par de experiencias con haters casi profesionales en estos últimos días, que le dan a lo que brilla por aquello de que si ellos o sus cosas no refulgen, a ver por qué van a hacerlo las de los demás. En entornos profesionales de alto rendimiento y excelentes resultados no son infrecuentes los ataques de tal tipo, pero llama la atención -y apena- tanta inquina gratuita y, francamente, absurda. ¿Serán seres humanos reclamando atención, en un tiempo donde la soledad y la indiferencia siguen ganando enteros? Me preocupa el odio como base para las relaciones humanas, sí. No va a traernos nada bueno.