Vivimos tan dispuestos a extrañarnos por todo y a exagerarlo todo que hasta nos sorprende que el mes de marzo y su Semana Santa se hayan comportado como suelen en cuanto al tiempo se refiere. Marzo es voluble: "En marzo, la veleta ni dos horas se está quieta", dice el refrán. Marzo trae tormentas: "A nadie debe extrañar que en marzo empiece a tronar". Pero sé que me estoy metiendo en terreno peligroso, pues hablar hoy del tiempo es deporte de riesgo. Antes, por el contrario, solucionaba los embarazosos silencios de ascensor. "Vaya tiempecito que tenemos", decía el del 4º. El del 7º respondía: "Pues dicen que va a despejar". El del 3º terciaba: "Nunca se sabe". Y así se llegaba hasta el bajo sin bajas que lamentar. Hoy la cosa se complica. De hecho, ya no existe el "tiempo": existe la "climatología", que tiene más sílabas y, por lo tanto, suena más chachi piruli. "Tenemos climatología adversa", sentencia el del 2º, sin saber acaso que está diciendo, literalmente, "Tenemos tratado del clima adverso", que a saber lo que tal cosa fuere. Era "tiempo" el "estado atmosférico": hoy es "climatología", vaya por Dios.

Con el tiempo andan a la greña los hosteleros y la Aemet. La Aemet razona en plan surrealista a tope. Sostiene que es importante dar nombre propio a las borrascas, ya que así la población toma precauciones. Ole. Si oigo que viene la borrasca Hugo, me quedo en casa. Si oigo que se avecina borrasca, salgo en bermudas. Así piensa la Aemet que razonamos los demás. Ole, repito. Digo yo que, para meterle chicha, podía la Aemet buscar nombres más eufónicos a las tempestades. Le bastaría con tirar de santoral, que suma nombres que se las traen: el tornado Agatópodo o Winebaldo; la nevada Valdetrudis o la tronada Agatónica; la ventisca Antusa o el aguacero Pantagatos, Barsanufio o Pausilipo. En fin. Dicen los hosteleros que las previsiones meteorológicas para la Semana Santa fueron exageradas y crearon "alarmismo". Responde la Aemet que fueron razonablemente buenas y que a partir del cuarto día, la predicción del tiempo se vuelve "probabilística". Me quedo con estos palabros entrecomillados.

"Crear alarmismo" significa

-con el Diccionario en la mano- "crear tendencia a propagar rumores sobre peligros imaginarios o a exagerar los peligros reales". ¿En qué idioma hablan quienes así hablan? Quizá hayan querido decir "crear alarma", o sea, inquietud, susto o sobresalto causado por algún riesgo o mal que repentinamente amenace. Entonces, ¿por qué no lo dicen y usan "alarmismo"? Porque tiene cuatro sílabas, y "alarma" solo tres. A más sílabas, más glamur. Vivan el polisílabo y la madre que lo parió. Sigo. "Probabilística" es una palabra que está que lo vierte en internet. Volverse algo "probabilístico" significa volverse perteneciente o relativo a la probabilidad. Lo cual no significa nada y es una construcción gramatical absurda, como ustedes ven perfectamente. ¿Por qué no dicen que la predicción del tiempo se vuelve aventurada, azarosa, arriesgada, insegura, comprometida, falible, incierta, inexacta, dudosa, imprecisa, errátil? a partir del cuarto día, en vez de "probabilística"? Porque "probabilística" tiene nada menos que seis sílabas. Cuantas más sílabas, más redichismo y cursilería. Vivan el polisílabo y la madre que lo trujo. Aunque, sobre todo, se usa "probabilística" porque es un calco del inglés probabilistic y no como "probable", que viene de esa lengua muerta y tan obsoleta que se llama latín, dirá el personal. Así que tomamos una palabra inglesa, le añadimos incluso una sílaba y ya quedamos como faraones. Voy a empezar a hablar así en los ascensores: "La probabilística crea alarmismo". De esta me hacen ministro.

Mientras sonrío con estas cosas, el sol primaveral templa mi playa cantábrica. Pero en la tele dicen que llueve en mi playa cantábrica. ¿A quién creer? Siempre a la tele: cuatro minutos de su informativo para contar lo buena, bonita y barata que está la sardina malagueña en Semana Santa. Ole.