Buenos días. Hoy me sitúo ante ustedes con un texto sencillo en tres actos y coda. Una historia que algunos de ustedes conocerán y otros no. Exploraré en ella los límites éticos de nuestros actos. Ya me dirán...

Acto Primero. Ferrol es una ciudad venida a menos. Segunda de España, inmediatamente detrás de Barcelona, en edificios modernistas catalogados. Con un entorno natural verdaderamente único, y un puerto natural como no hay otro igual, todo ello no se traduce en prosperidad. Tiene rincones maravillosos, pero muchos de ellos están notablemente deteriorados. Llegó a tener más de veinte mil habitantes más que ahora, y no acaba de encontrar su lugar, su brillo de antaño, después de que la construcción naval entrase en barrena hace años. Hoy un altísimo porcentaje de los barcos del mundo se hacen en Corea y, por diversas razones, la experiencia y la sabiduría de los astilleros ferrolanos no se materializan en este momento en una posición consolidada en el mercado. Gotean algunos pedidos, sí, pero siempre se trata del intenso fruto de negociaciones para arañar algún contrato, y no por una verdadera competitividad sostenida que pueda garantizar realmente un futuro. Está pendiente, además, una diversificación real en el tejido fabril de la urbe. Pero eso, como todos sabemos, no es fácil.

Acto segundo. Yemen sufre una guerra verdaderamente despiadada, desde marzo de 2015. Civiles inocentes mueren cada día. Dice Unicef que, cada minuto, un niño pierde su vida en ese avispero. Los culpables son el hambre generalizada, enfermedades como el cólera y, sobre todo, mucha muerte generada con armas vendidas por diferentes países civilizados del mundo, que se tapan la nariz mientras miran para otro lado, y sin que los periodistas -vetados allí- puedan ser testigos de lo que verdaderamente ocurre. Arabia Saudí es sospechosa, cuando menos, de crímenes de lesa humanidad en Yemen, lo que ha servido para sustentar fundamentadas iniciativas de bloqueo de la exportación de armas a la región, nunca materializadas efectivamente por la influencia de un petróleo que a todos nos tiene cautivos. Y, mientras, el caos es cada día mayor. Un caos en el que se hacen fuertes organizaciones como Al Qaeda o Estado Islámico, que causan quebraderos de cabeza globales, y mucho más... Veintidós millones de personas necesitan ayuda humanitaria. Casi todo el país... Y un bloqueo naval impuesto por la coalición internacional liderada por Arabia Saudí provoca que sea imposible ayudar y paliar tanto sufrimiento.

Acto tercero. Con tal panorama de fondo, surge una ligazón entre ambas realidades. Y la misma, presentada con júbilo y alharacas por altas instituciones del Estado, consiste en la construcción de cinco corbetas en Cádiz y Ferrol para Arabia Saudí. Y eso significa muchos miles de horas de trabajo en la ciudad del paro y paro juvenil disparados, en la ciudad atenazada por la despoblación, la desilusión permanente y la falta de oportunidades. Es lícito que quien ve peligrar su propia subsistencia lo entienda como un respiro, como un balón de oxígeno. Claro que sí, porque la principal misión de cada uno de nosotros es, sin duda, salir adelante por nuestros propios medios, lo cual muchas veces es una tarea titánica. Pero... con perspectiva un poco menos cortoplacista y un poco menos centrada en nosotros mismos... ¿vale todo? Con el objetivo de nuestra propia supervivencia, ¿cualquier pedido, de cualquier cliente, es lícito, posible y asumible? ¿Es una buena noticia, verdaderamente, la de esas corbetas cuyas misiones estarán -salvo que cambie mucho el paradigma- manchadas de sangre inocente? Arabia Saudí hoy no resiste la prueba del algodón de los derechos humanos, ni mucho menos. Eso es una realidad objetiva, y detrás de esta aseveración hay muchas horas de investigación y mucho trabajo de personas y organizaciones. Ante esto... ¿qué?

Ya saben que yo solo hago preguntas, incurro en contradicciones, y retrato partes de la realidad... Solo eso. Las respuestas las tienen ustedes. Están dentro de cada uno de nosotros. Pero creo que, en esta corta vida, es pertinente una revisión ética de nuestras propias posturas, de nuestras decisiones. Y también pienso que lo que hagamos, sean corbetas o milhojas, ha de ser con todo el conocimiento de causa. La vida es solamente una, y la realidad alambicada. Y en ella, a veces se nos pone, con toda su crudeza, cerca de los límites de todo. Y es bueno que el cronista lo presente y que nos ayude a reflexionar sobre ello...