Hay quien ha llegado a la conclusión de que la alcaldesa de Barcelona es una ignorante por haber llamado "facha" a alguien que falleció veinte años antes de que naciese el Fascismo. Yo voy a permitirme manifestar mis dudas, no en cuanto a si Ada Colau es más o menos ignorante -que no lo sé- sino que lo sea por esta causa concreta.

No creo que tuviera más de diez años cuando en el colegio nos enseñaron lo qué es un cambio semántico. El libro utilizaba como ejemplo la palabra "azafata", que pasó de significar la mujer del servicio que atendía a la Reina, a la actual auxiliar de vuelo. Es lo que ha sucedido con facha o fascista, que ya no identifica a quien sigue una ideología nacida del Fascio italiano. De hecho, la inmensa mayoría de los que la usan, no saben demasiado de aquel momento histórico, datos, fechas, nombres o fundamentos del pensamiento político. Y es muy posible que piensen que ni falta que les hace.

Decía estos días El Roto en una de sus viñetas que donde había fracasado el amor libre, el odio libre había triunfado. Nada nuevo. Como especie, de siempre el odio nos ha resultado mucho más estimulante. El amor es un espejismo, un momento de pasión, un mecanismo biológico que nos conduce a un estado de enajenación pasajera. Pero el odio perdura, se asienta y se hace sólido como el metal, inamovible como la roca y se perpetúa durante generaciones.

El apelativo "facha" es -ahora mismo en España y convenientemente filtrado por los cuarenta años y la resaca de la Transición- un ladrillo o una piedra, que se lanza contra el otro. Léase lo de "el otro" en un sentido muy amplio, casi cualquiera ajeno a la forma de pensar de uno mismo. Un objeto que se lanza con intención de ofender y partirle crisma a alguien, aunque sea una crisma virtual. Una agresión dialéctica que marca el designio de los tiempos.

Los que nacimos en la Transición hemos sido espectadores de cómo casi lo peor que podía llamarse a alguien era "facha". Y por miedo a que les plantasen la etiqueta, durante varias décadas hay quien ha vivido casi escondido. Gente que, teniendo tanto de fascista como el pobre almirante Cervera, se ha acostumbrado a callar, ha escondido cualquier resquicio de orgullo por su país, sus símbolos o historia, sus ideas, pensamientos o discrepancias. Mejor no decir nada, no vaya a ser.

Ahora que se han perdido las formas hasta límites insospechables hasta en el Congreso de los Diputados, las acusaciones de facha resuenan tanto que están dejando la palabra casi vacía de contenido. Algo que resultaba tan ofensivo que la gente pasaba por carros y carretas con tal de que a nadie se le ocurriera aplicarle el insulto, ahora se adjudica con tal ligereza que no son pocos los que sostienen que si en la España de hoy no te han llamado facha al menos un par de veces a la semana, es que algo no estás haciendo bien.