Buenos días! Hoy, 12 de mayo, en una nueva edición del Día Mundial del Comercio Justo, vamos a hablar justamente de esto. De comercio, por una parte, y de oportunidades para las personas, por otra. ¡Vamos allá!

Y, para eso, partamos de varias premisas. La primera es que el comercio, aunque a veces ahora no nos demos casi ni cuenta, nos permite especializarnos en la vida y, en particular, en el trabajo. Alguien puede ser cirujano, mecánico de coches, relojero o profesor de guitarra porque ya hay otras personas que cultivan lechugas, hacen zapatos, diseñan y producen ropa o escriben en periódicos. Al mismo tiempo, estos últimos utilizarán los servicios de los primeros, no teniendo que abordarlos de forma personal, en un eterno ciclo que involucra a todas las ocupaciones conocidas, a las que ya fenecieron y a las que vendrán. El comercio le cambió la vida a nuestros ancestros, y nos da nuevas posibilidades de desarrollarnos, una vez que nos hemos liberado de la tarea de producir cada uno de nosotros absolutamente todo lo que necesitamos, tanto en bienes como en servicios.

El comercio es, y en esto consiste la segunda tesis, una fantástica oportunidad de desarrollo. Ya Julius Nyerere, uno de las figuras clave de África, decía con convencimiento hace décadas "comercio, no ayuda". Él apelaba a que la comunidad internacional dejase entrar en sus mecanismos comerciales, de igual a igual, a su amada Tanzania y, por extensión, a África. Con esto, con reglas justas, la ayuda no sería necesaria. Pero la realidad es otra... De hecho aún hoy se produce el sorprendente fenómeno de que, por cada un euro de ayuda que reciben los países en vías de desarrollo, se pierden más de diez por las reglas injustas del comercio mundial, que sobreprotegen a los más fuertes en detrimento de dichas economías.

A partir de aquí, sabemos que el comercio es positivo tanto a nivel individual como colectivo. Pero, como potente herramienta que es, debe tener reglas justas. Elementos como el dumping -o venta por debajo de los precios de coste, que hacen que yo haya visto lechugas españolas precisamente en Dodoma (Tanzania) más baratas que las locales-, distorsionan claramente esto. Estos y otros fenómenos hacen que el comercio, también aquí, no cumpla el papel desarrollador y de fomento del equilibrio que, a priori tiene. Y lo que podría ser el arma fundamental para sacar del pozo a millones de personas se convierte en ocasiones, paradójicamente, en su yugo.

De comercio e injusticia se puede hablar hasta el infinito. Si lo desea usted, me brindo a que tomemos un café -de comercio justo- y charlar de ello. Porque creo que no llegaría ni esta página completa ni todas las del periódico de hoy para glosar todos los fenómenos que hacen que tal comercio produzca hoy más inequidad que justicia y, a partir de ahí, también muchos de los problemas crónicos que tiene hoy el mundo. Muchos de ellos son elementos también presentes entre nosotros, mientras que otros están más relacionados con grupos humanos de otras latitudes, con contextos socioeconómicos diferentes.

El movimiento internacional del Comercio Justo, que centró muchos de mis esfuerzos profesionales hace unos años, fue un ejemplo que quiso demostrar, como sigue haciendo, que otro tipo de relaciones comerciales son posibles. Pero, como ejemplo que es, no pretende sustituir al comercio tradicional, sino influir en este como laboratorio de buenas prácticas, como catalizador de un cambio útil y necesario. Hoy muchas personas, a pesar de la recesión y del bajón generalizado en el mundo de lo social y en este tipo de propuestas, saben qué es el Comercio Justo. Está bien. Pero el verdadero reto es que el conjunto de nuestras transacciones esté presidida, de forma cada vez más clara, por este tipo de valores y prácticas, como forma de hacer mucho más sostenible nuestro mundo. Ojalá, porque construiremos una sociedad más vivible.

Feliz Día del Comercio Justo 2018.