La presidencia de Torra, un fanático ya perfectamente calificado por los medios más importantes del mundo, ha puesto en evidencia las debilidades y enredos de nuestro modelo autonómico y encadenado a lo anterior, lo difícil de nuestro inmediato futuro.

Siete meses del 155 en Cataluña y ni aún así han tenido respuesta, solución, asuntos serios que vienen de atrás. No se ha podido abordar la cuestión educativa porque en el apartado lingüístico se choca con una ley catalana avalada en su día por el TC y en el apartado de adoctrinamiento se choca con la libertad de los docentes. En relación con TV3 y su papel de beligerante portavoz del independentismo se topa el Estado con una Constitución que en lo tocante a libre opinión lo ampara todo. Con los Mossos tampoco hay mucho que hacer porque su dirección, nombramientos y organización es competencia exclusiva de la Generalitat. Ni con Diplocat, el servicio exterior catalán que propaga por el mundo el victimismo nacionalista y descalifica la democracia española, porque el TC dejó en pie la competencia de Cataluña, vetando solamente el empleo de algunas denominaciones que sólo puede usar el Estado. No se puede impedir la toma de posesión de Torra sin Constitución, ni estatuto, ni bandera española, porque el TSJ de Cataluña validó la de Puigdemont con similar escenografía. La legislación permite la barbaridad de que presos y fugados sean diputados de un parlamento al que no acuden nunca y pone en duda que los mismos puedan ser consellers. Todo eso y más con el 155 en vigor. No es extraño que Rivera rompa con Rajoy y pida una aplicación más intensa, extensa y duradera de dicho artículo.

Dice el gobierno que volverá a aplicarlo si se cometen actos que atenten gravemente contra el interés general, es decir, ilegalidades, delitos, DUI. Claro, ¡faltaría más que no lo hiciera¡ Pero esa no es la cuestión. La cuestión de mayor gravedad reside justamente en que, sin ilegalidades, sin delinquir ni declarar la independencia, el nacionalismo viene disponiendo desde hace décadas de los medios y las competencias que le han permitido crear las condiciones para que madurase el mensaje independentista con el que hoy un fanático racista encandila al antiguo nacionalismo moderado, a la Esquerra republicana y a la CUP internacionalista y revolucionaria. En otras palabras, sin necesidad de sacar los pies del tiesto y ejerciendo escrupulosamente sus competencias con el aval del TC durante décadas, el nacionalismo ha mutado en independentismo y tiene a Torra de presidente a las órdenes de un fugado, proponiendo abrir un proceso constituyente, prometiendo la recuperación de leyes declaradas inconstitucionales por el TC y dispuesto a todo. Son sólo gestos de provocación y retórica independentista y así no ha lugar al 155, dice el gobierno. Torra se contendrá en sus decisiones pero seguirá alimentando, sólo con retórica y gestos, el victimismo, acompasándolos a los procesos judiciales en marcha hasta que le convengan las elecciones para aumentar su mayoría. Y si el gobierno se limita a esperar y ver, no es extraño que Rivera asuma la defensa de los catalanes no nacionalistas y cada vez más la representación de los españoles inquietos con la marcha del procés.

Desde el barómetro del CIS de abril de 2017 al de abril de 2018 los que quieren un Estado sin autonomías y con menos competencias han pasado del 27,4 % al 31,4%. Y la independencia de Cataluña ha pasado de ocupar el vigésimo segundo puesto en los problemas que preocupan a los españoles al quinto. ¿Anda Rivera tan desencaminado?