Gini, Gini, Gini... Me despierto súbitamente, y un sudor frío recorre mi frente. Un tripulante de cabina de pasajeros sonríe afable, ofreciéndome más café. Afuera, a muchos grados bajo cero, las cuatro turbinas del Airbus 340 rugen para seguir obrando el milagro de volar. Comprendo que he tenido un mal sueño, una pesadilla en que, una y otra vez, las estadísticas se enroscan en mi cabeza. Datos fríos detrás de los cuales, sin embargo, moran el sufrimiento y la esperanza de personas de carne y hueso. Cada segundo que pasa me aproximo más a casa. Pero todo está presente, muy cerca. Diez mil metros más abajo queda la estampa de Guatemala. Desde las alturas todo se ve igual y tranquilo. Pero, precisamente, estamos hablando del entorno menos igualitario del planeta. Este país ostenta el récord de tener el índice de Gini más alto la región (exceptuando Haití), y uno de los más altos del mundo. Y esto significa mayor concentración de la riqueza. O, lo que es lo mismo, que son los menos los que atesoran lo más. Y ese es el problema... El Índice de Gini en Guatemala, con datos del año 2006 en la mano, es de un 0.551 (Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Humano 2006, http://hdr.undp.org). Un Gini de 1.0 implicaría que toda la propiedad está concentrada en una sola persona. Y un Gini de 0.0 querría decir que esta está absolutamente repartida. Dos situaciones extremas e hipotéticas, entre las cuales se enmarcan los diferentes contextos nacionales. Conocer el Gini de un país implica hablar de la desviación de la renta. Ya saben, si yo me como un pollo y usted ninguno, la media dirá que nos hemos beneficiado cada uno de la mitad. Y no sería cierto. Complementar las medidas centrales (moda, mediana, media) con las correspondientes de dispersión nos permite hacer una foto más real de cómo viven las personas. Para hacer un análisis, riguroso, por tanto, tenemos que atender diversos tipos de medidas. Y esta construcción matemática del italiano Conrado Gini puede aportar bastante luz.En España el índice de Gini en el mismo documento se consigna en 0.347. El país que en el informe del año 2006 presenta un valor más bajo para este parámetro es Noruega, con un índice de 0,256. Y el más alto, el más desigual, ha sido Namibia, con un 0.743, Y ello a pesar de ser este último el país con el puesto 125 de 177 en la clasificación según el índice de desarrollo humano. No es el más pobre pero, según estos datos, sí el más desigual. Pero ya con un 0.551, estamos hablando de un entorno de franca desigualdad. Y esto generalmente se traduce en que la absoluta mayoría, un ochenta y pico por ciento del país, vive mal o, los más, realmente muy mal. Y que los que viven bien, lo hacen absolutamente de película. Impresionantemente de película. En esas condiciones, es difícil que un país se desarrolle, en un sentido amplio que también contemple un cierto grado de redistribución de la riqueza. Porque si nos quedamos sólo con los criterios macroeconómicos, estaremos haciendo una mala foto de un contexto social, económico y político. Es necesario ir más allá. En mi experiencia, esta altísima desigualdad es el germen de muchos de los problemas que asolan hoy Centroamérica. Y, en especial, de la corrupción y la violencia, que atenazan el progreso personal y colectivo de este pueblo. Por eso las políticas no se pueden centrar únicamente en identificar progreso con crecimiento del PIB o la renta per cápita. Todo eso está bien, pero hay que ver cómo se distribuye. Y a qué precio y con qué mecanismos. Porque si no, no sólo no mejorarán las condiciones globales, sino que se estará hipotecando el futuro. Un crecimiento fuertemente inequitativo es siempre la base de problemas mayores para todos los ciudadanos y ciudadanas. Y una mentalidad empresarial y político-estratégica realmente despierta no busca pan para hoy y hambre para mañana. La mejora en las condiciones de vida globales es un factor clave de éxito indispensable tanto en la agenda social como en la de quien cuida sus negocios. Fuera, con las horas, se empieza a vislumbrar la costa de Portugal. Haremos ahora, en Europa, un paréntesis en esta historia de números y personas, de ilusión y de justicia. Pero pronto, muy pronto, seguiremos caminando. Como lo hacen tantas personas de bien que, en una realidad hostil que es la suya, buscan cambios sostenibles en el mundo en ideas, políticas, prácticas y creencias. Esa es la apuesta y el compromiso que he podido ir recogiendo como testigo en diferentes partes del mundo. A pesar de la evidencia de las frías estadísticas...jlquintela@mundo-r.com