Ayer, 26 de septiembre, se cumplieron 25 años de la trágica corrida de Pozoblanco. Aquel día perdió la vida Francisco Rivera Paquirri. Un año después, en la plaza de Colmenar Viejo, corrió la misma suerte el segundo del cartel, José Cubero El Yiyo. Incluso el ganadero, Juan Luis Bandrés, murió de forma violenta algún tiempo más tarde. Sólo Vicente Ruiz El Soro sobrevive a aquella terna y tampoco puede decirse que la suerte haya estado de su lado. En 1994 tuvo que dejar los ruedos por una lesión y quince años después continúa luchando por vestir de nuevo el traje de luces. Precisamente, este aniversario de Pozoblanco lo ha pasado en la valenciana clínica El Consuelo, donde ha sido intervenido de la pierna y sigue alimentando su sueño.

-¿Cómo recuerda aquella tarde de Pozoblanco?

-Tengo un recuerdo horroroso, porque ver perder la vida a un compañero no es agradable. Y más si es un amigo. La verdad es que fue un golpe duro.

-¿Usted sintió que la cornada podía ser fatal?

-La tragedia se palpó rápidamente, ya no sólo entre los toreros y en los profesionales, sino en los tendidos también.

-¿Lo habló con El Yiyo?

-Bueno, esa tarde todo eran prisas para ambos y él tuvo que matar el toro de Paquirri. Prácticamente hasta el día después no hablamos del tema.

-¿Volvió a juntarse con él en la plaza o tomando unas cañas?

-Sí, toreamos algunas veces. Estuvimos varias veces juntos. El Yiyo era un ser estupendo, aparte de una figura del toreo. Se veía que iba a ser un torero de época, pero se atravesó ese toro en Colmenar y partió su vida en dos.

-¿Cómo recibió la noticia de su muerte?

-Yo estaba en la plaza. Esa corrida la tenía que haber toreado yo, puesto que yo había toreado el día antes y el empresario me dijo que el triunfador de esa tarde sustituiría a Curro Romero al día siguiente. Yo corté tres orejas y estaba muy enojado porque no me habían dado la corrida a mí. Y fíjate, lo que me esperaba era poco.

-¿Pensó que esa cornada iba para usted?

-Por supuesto. Pero la vida es así. Me comentaba Luis Miguel Dominguín, padrino de mi hijo el mayor, que estuvo en la muerte de Manolete, en Linares, que alguien tenía que quedarse para contarlo. Él se quedó en aquella época y a mí me ha tocado contarlo ahora.

-Siguió toreando hasta 1994. ¿Cuando hacía el paseíllo esos años, le corría algo por el cuerpo, le asaltaban los recuerdos?

-Yo entonces era muy joven, tenía 21 años. Con esa edad no te das cuenta de la seriedad de la profesión, pero sí es cierto que cada vez que me vestía de torero sentía la presión de que algo tenía ese cartel.

-¿Cree usted en la maldición de Pozoblanco?

-No. Mire usted, yo creo en el destino de las personas, soy una persona religiosa, creo en Dios. Todos tenemos marcado nuestro destino. No creo nada más que en esto.

-¿Lo de sus lesiones en la rodilla lo atribuye al destino o a la mala suerte?

-Esto ha sido provocado por todos los golpes y cornadas que he tenido. Y también un poco de mala suerte, por qué no decirlo.

-Desde que dejó los toros en 1994 han pasado 15 años en los que ha habido muchos altibajos en su vida.

-Han sido años complicados, duros, muy difíciles. Asumir que tenía que dejar la profesión por una lesión no era nada fácil. Pero con el amor de mi familia, los amigos y con el favor de Dios he podido soportarlo.

-¿Qué ha sido lo mejor de estos años?

-Yo le saco cosas positivas a todo. Incluso a lo malo le saco algo positivo. Vete a saber qué habría sido de mí de no pasarme esto. Estas cosas te hacen sentar la cabeza, pensar un poco más en la realidad. Te hace más humano.

-Dice que esta operación le devuelve de nuevo la esperanza. ¿Vive eternamente esperanzado?

-Sí, vivo con la fe, la esperanza y la ilusión de volver algún día a torear, aunque sea una utopía, una cosa muy difícil, pero eso me mantiene vivo, ilusionado, contento. Y si no puedo y tengo que hacer otras cosas que Dios ponga su mano para saber hacerlas.

-¿Qué daría por volver a vestir un traje de luces?

-Daría mi vida.