Ana Ouviña y su marido, Juan Muñiz, tienen en acogida desde 2006 a Fernando, un joven con una discapacidad psíquica del 66%. El destino de este matrimonio de Ribeira (A Coruña) y el del muchacho, sin embargo, se cruzaron mucho antes, concretamente hace ocho años, cuando Ana y Juan, ansiosos por ser padres, empezaron a barajar la posibilidad de abrir las puertas de su casa a un menor en situación de desamparo.

"Mi marido y yo llevábamos bastante tiempo tratando de ser padres. Lo habíamos intentando todo: fecundación in vitro, adopción, etc... Finalmente, y al ver que no había forma de conseguirlo, nos decantamos por acoger de manera temporal a un menor en nuestra casa. Sabíamos que no era lo mismo que adoptar, pero pensamos que era una buena manera de ayudar a un niño que lo estuviese pasando mal dándole los cuidados que necesitase", explica Ana, quien reconoce que, en ningún momento, rechazaron la posibilidad de que el menor que fuese a vivir con ellos tuviera una discapacidad. "Nos daba igual que fuera niño o niña, blanco o negro o tuviera algún tipo de discapacidad. Lo único que queríamos era proporcionarle un hogar y darle todo nuestro amor", señala.

Fue entonces cuando llegó a sus vidas Fernando, un preadolescente de 13 años que, desde el primer momento, supo ganarse el corazón del matrimonio ribeirense. "Fernando es un chico que se hace querer. El primer día que pasó en nuestra casa ya nos conquistó. Y a él le pasó un poco lo mismo. Fue una especie de flechazo mutuo", recuerda Ana, aunque admite que, en los inicios de su convivencia, no todo fue un camino de rosas.

"Primero tuvimos que enfrentarnos a la oposición de nuestra familia, que no entendía -y todavía sigue sin entender- que quisiéramos meter en nuestra casa a un menor con un problema como el que tiene Fernando. Nos decían que estábamos locos, que no sabíamos el lío en el que nos estábamos metiendo, que habiendo niños 'normales' como aceptábamos que nos entregasen a uno que tenía una discapacidad... Fue muy duro", sostiene Ana, y añade: "Poco después, mi suegro cayó enfermo y tuvimos que hacernos cargo de su cuidado. Y también surgieron ciertos problemas con el propio Fernando, que se encontraba en una edad muy complicada y dejó de comportarse todo lo bien que debería", subraya.

Tras un intenso periodo de convivencia con muchas luces y alguna que otra sombra, Fernando dejó Ribeira y partió hacia la Ciudad de los Muchachos, en Ourense, donde permaneció hasta cumplir la mayoría de edad. "La separación fue muy dolorosa, pero sabíamos que, en aquel momento, era lo mejor para él. Aún así, seguimos manteniendo el contacto telefónico y la esperanza de que, algún día, Fernando volvería a nuestras vidas. Y afortunadamente, así fue", indica Ana.

Al cumplir los 18 años, el joven abandonó la Ciudad de los Muchachos para trasladarse al centro de educación especial Santiago Apóstol, en A Coruña. "Gracias a los servicios sociales de Ribeira, que nos ayudaron muchísimo, supimos que existía el programa de acogimiento familiar de adultos discapacitados, y fue cuando decidimos solicitar, de nuevo, la acogida de Fernando", explica Ana, quien reconoce que esta segunda experiencia del muchacho en su casa "está yendo sobre ruedas". "Él ya es consciente de que se tiene que portar bien, y nosotros estamos encantados de tenerlo de nuevo a nuestro lado", relata.

Ana reconoce que la ayuda que reciben de la Xunta por tener al joven acogido "no es muy alta, pero se agradece". "Para nosotros, la ayuda es lo de menos. Y eso que mi marido ha estado en paro recientemente pero, por suerte, nos apañamos bien", señala, y añade: "Yo animaría a todas las familias que, por su situación personal, puedan permitírselo, que no duden en acoger en sus casas a un menor, a un adulto discapacitado o a un anciano. Aparte de ser una experiencia sumamente enriquecedora, contribuirán a hacer felices a personas que lo necesitan de verdad", destaca.