Soledad Morales descubrió, hace once años, el significado de la palabra fibromialgia y lo hizo de la peor manera posible: sufriendo, en sus propias carnes, los azotes de la enfermedad. "Tras pasar por una etapa personal un tanto complicada, empecé a sentir fuertes dolores, primero en la parte baja de la espalda, y después en los hombros, en los pies, etc... Cuando quise darme cuenta, ya era incapaz de distinguir qué parte del cuerpo me dolía. Fue entonces cuando opté por ir al médico de cabecera, y éste me derivó al reumatólogo, quien, finalmente (y después de hacerme un montón de pruebas), me diagnosticó fibromialgia", explica Soledad.

Desde entonces, la vida de esta coruñesa, de 53 años, ha dado un giro radical. "Siempre he sido una mujer muy activa, me encantaba hacer deporte y nunca paraba quieta. Ahora, sin embargo, me encuentro muy limitada, porque esta enfermedad se manifiesta de forma aleatoria: un día estás bien y, al siguiente (e incluso al cabo de unas horas), casi no te puedes mover", destaca Soledad, quien, sin embargo, se ha visto obligada a seguir trabajando para poder subsistir. "La fibromialgia es una patología muy incapacitante, a veces te encuentras tan mal que no tienes fuerza ni para levantarte de la cama. Si me lo pudiese permitir, dejaría de trabajar, pero no puedo hacerlo. Vivo sola, no tengo a nadie que me mantenga ni que pueda echarme una mano. Además, como la enfermedad aún no se incluye en las valoraciones de discapacidad, si dejase mi empleo no tendría derecho a recibir ninguna ayuda", apunta.

Soledad preside, desde hace varios años, la Asociación Coruñesa de Fibromialgia y Síndrome de la Fatiga Crónica (Acofifa), una entidad que agrupa a medio millar de pacientes de la provincia de A Coruña con varios tipos de perfil. "Aunque la fibromialgia golpea, sobre todo, a las mujeres de mediana edad, ya no es tan raro ver algún caso entre adolescentes e, incluso, entre niños. En Francia, de hecho, hay bastantes menores afectados", señala.