"Es hielo abrasador. Es fuego helado. Es herida que duele y no se siente". Con estas grandilocuentes palabras, Francisco de Quevedo trataba de explicar, a principios del siglo XVII, la esencia del amor, un sentimiento universal, profundo y contradictorio, al que cuesta tanto renunciar, como resistirse. Si a día de hoy, el escritor de Villanueva de los Infantes levantara la cabeza, descubriría, sin embargo, asombrado que esa pulsión, ese "fuego helado" en el que se consumía esperando el favor de su amada estaba provocado por algo tan físico como la dinámica química que arrastran varios tipos de hormonas que se producen en el cerebro, como las feromonas, la dopamina, la serotonina o la oxiticina, entre otras.

"Los sentimientos no se generan en el corazón, sino en el cerebro", explica Javier Cudeiro, catedrático de Fisiología Humana y director del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidade da Coruña (Neurocom), quien asegura que el amor actúa como una droga, puesto que "produce el mismo efecto sobre el organismo" y que, además, es ciego, porque "suprime la actividad en áreas del cerebro que controlan el pensamiento crítico". "Varios estudios científicos han demostrado que, cuando los seres humanos se enamoran, la parte frontal del cerebro, que es donde se generan los juicios de valor, reduce su capacidad de evaluar el carácter y la personalidad del ser amado", señala Cudeiro, y va un paso más allá: "Tanto el llamado amor romántico como el amor maternal producen el mismo efecto sobre esa región cerebral, suprimiendo la actividad neuronal asociada a la evaluación crítica del prójimo y a las emociones negativas", destaca el experto.

Pero ¿qué otro tipo de alteraciones produce el amor sobre la actividad cerebral de los seres humanos? Según un reciente estudio realizado por el University College de Londres, el amor puede provocar reacciones químicas similares a las que generan las drogas e, incluso, la velocidad. "A quienes comparan el amor con una droga no les falta razón, porque cuando se está en compañía de la persona amada se segrega una hormona, la dopamina, que produce sentimientos de satisfacción y de placer y que, por lo tanto, es la causante del enamoramiento y de que se sienta la irremediable necesidad de volver a ver a ese hombre o a esa mujer", apunta el catedrático de Fisiología Humana de la Universidade da Coruña.

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define el amor como "un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Para los investigadores del University College de Londres es, no obstante, algo más simple. "Una adicción química entre dos seres humanos", señalan los expertos londinenses, quienes aseguran que, cuando existe enamoramiento de verdad se dan, en mayor o menor medida, una serie de circunstancias comunes, como la atracción física, el apetito sexual o el afecto y el apego duradero.

A este último aspecto contribuyen, sobremanera, dos hormonas, la oxiticina y la vasopresina, que se liberan para que el útero se contraiga durante el parto y que, también, intervienen en la química del enamoramiento.

"Varios estudios han demostrado que personas que llevan más tiempo enamoradas poseen también zonas ricas en oxiticina y vasopresina, dos hormonas que se liberan, generalmente, durante el orgasmo y que se vinculan con las relaciones a largo plazo y con la monogamia", explica Javier Cudeiro, quien además indica que, sobre este último aspecto, se ha realizado un experimento en ratones con resultados "muy interesantes".

"Una investigación con dos especies de ratones, los de la pradera y los del pantano, ha desvelado que la monogamia puede tener una base genética, ya que la implantación de un único gen de ratones monógamos en el cerebro de ratones promiscuos, consigue cambiar su comportamiento y convertirlos en fieles a sus parejas", apunta el catedrático de Fisiología Humana y director del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidade da Coruña, e inmediatamente añade: "Este estudio podría dar una orientación para explicar por qué algunos seres humanos no se comportan igual que otros en sus relaciones de pareja".

El experimento al que se refiere el catedrático coruñés -realizado por científicos de la Universidad de Emory, en Atlanta (Estados Unidos), y publicado en la prestigiosa revista Nature-, es bastante explícito. Los investigadores estudiaron el comportamiento de dos tipos diferentes de ratones, unos muy sociables (de la pradera) y otros comportamientos más individualistas (los del pantano). Los primeros son monógamos, forman parejas para toda la vida y se encargan, conjuntamente, de cuidar a sus crías. Los segundos, por el contrario, son promiscuos, se desentienden de su descendencia y después de fecundar a una hembra, buscan inmediatamente otra.

Transferencia de genes

Los ratones monógamos poseen en su cerebro muchos receptores de vasopresina, por lo que son capaces de recordar los momentos buenos que han pasado con su pareja y crear un vínculo más fuerte con ella. Los promiscuos, sin embargo, carecen de esos receptores, por lo que son incapaces de recordar la unión con la hembra.

Lo que hicieron los investigadores de la Universidad de Emory fue transferir un único gen del cerebro de un ratón macho monógamo al cerebro de otro ratón macho, aunque en este caso, de los de la especie promiscua. Así consiguieron que el animal promiscuo abandonara la poligamia para mantener relaciones exclusivas con una pareja.

El gen transferido por los científicos estadounidenses al cerebro del ratón promiscuo fue, precisamente, el que codifica los receptores de la vasopresina, de ahí el cambio de actitud sexual del animal en cuestión.

Javier Cudeiro insiste en que ese experimento en ratones ha despertado "un gran interés" por el significado que pueda aportar a las relaciones humanas, donde la infidelidad afecta a entre un 15% y un 75% de las parejas estables, según han demostrado diversos estudios.

"Si se extrapolan los resultados del experimento realizado por los investigadores de la Universidad de Emory a las relaciones humanas, descubrimos que la variación de genes apreciada en esas dos especies de ratones puede ser similar a las variaciones que se aprecian en los seres humanos", apunta el catedrático coruñés.

La investigación llevada a cabo por los científicos estadounidenses podría explicar, además, algunos trastornos del comportamiento como, por ejemplo, el autismo -en el cual también podría estar implicado el gen transferido a los ratones promiscuos- o influir, incluso, en ciertos rasgos del carácter como la timidez o la extroversión.