No sé, tengo serias dudas sobre la primera impresión que causan las imágenes. ¿Podrían encajar en una película de Almodóvar? No, les falta un retoque de modernidad rancia. ¿De Tim Burton? Hay planos que recuerda cierta película suya. Adivinen cuál. ¿De Berlanga? Sí, aprobada la reprobación. A Luis García Berlanga le habría encantado meter una secuencia así en La escopeta nacional. Esas caras. Esos ropajes. ¡Esas sevillanas! Esa hija con varicela oportunista u oportuna (¿psicosomática quizá?) Ese entorno tan a la diestra, tan lleno de diestros. Y ese novio con mirada triste (ay, lo que se me viene encima), el funcionario abotonado en la corte de los Alba, Alfonso Díez, el Sabio porque está claro que sólo la sabiduría le ha podido llevar hasta ahí y enamorar y enganchar a la intrépida terrateniente. No es amor de príncipes azules y princesas lozanas así que, descartada en principio la pasión epidérmica como fuerza motriz, hay que pensar que es un amor de coco, eros de neurona, boda de afinidades que se salta a la torera (nunca peor dicho) los viejos prejuicios contra la diferencia de edad (¿si fuera al revés alguien lo subrayaría con tanta insistencia?) y las diferencias de clase. Linajes al cubo de reciclaje azul, tradiciones de cartón piedra. La coleccionista de los cien mil títulos y los mil nombres se pasa por el forro del vestido el qué dirán, pero ese coraje no blinda el evento contra el mal gusto y su involuntaria comicidad. Berlanguiana. No hay mejor adjetivo.

Es lo que hay, y como somos lo que vemos, admitamos sin rubor que seguimos siendo un país o estado o nación o reino con mucho brote berlanguiano, para que no nos creamos demasiado esa moto que nos vendieron de que éramos el no va más de la modernidad y que tenemos más aves que nadie. Aquí seguimos viendo cómo los pícaros se salen con la suya (sobre todo los que trabajan en finanzas), los políticos se aferran al bulo para seguir en sus poltronas y Mr. Bean le deja el camino limpio de polvo y paja a Mr. Depende. La duquesa nos abre los ojos, aún atónitos después de ver cómo nos pinchaban el globo de lo ricos que éramos, y con su trayectoria nupcial nos retrata y se retrata en esta historia nuestra de retrete y pandereta. La supernovia que se casó a lo grandón cuando estábamos atenazados por el franquismo y el Hola no pagaba exclusivas a famosillos de medio pelo ni las princesas del pueblo sin cabeza gobernaban el Versalles de cuché. La novia ya madura que se unía con un ex cura jesuita (¡su confesor, para más inri!) en la transición, y, ahora, la anciana dos veces viuda a la que desnudan sin su consentimiento en la portada de la revista que sacó en bolas a la virginal Marisol se casa con el funcionario rodeada de hijos poniendo cara de pompa y circunstancia o sufriendo en silencio la varicela. Dicen por ahí que Alfonso quiere adoptar un niño. Lo dicho: Díez, el Sabio.