La mujer más feliz del mundo no se esconde, olé por ella. Cayetana Fitz-James Stuart restó ayer un funcionario a los Presupuestos Generales del Estado y lo incluyó en los de la Casa de Alba, cosa de agradecer en los tiempos que corren, y lo hizo en Sevilla rodeada de sus íntimos y otras atrocidades. Me explico.

La víspera de su tercera boda, la Duquesa dejó muy claro que aunque hace topless, se viste de moda adlib ibicenca y alterna con toreros y cantaores, ella es católica practicante y por eso se casa como Dios manda, en contra del criterio de todos sus hijos y amistades, pues el sacramento no entiende de edades. "Soy antidivorcio, antiaborto y todas esas atrocidades", dijo. Dado que cinco de sus seis descendientes han roto sus respectivos sagrados vínculos (el restante no ha pasado por la vicaría), y dado que ella invitó a su tercer enlace a todas sus exnueras y a su exyerno, digamos que la pequeña capilla del palacio de Dueñas se le quedó en nada con tantos cónyuges venidos a menos que, eso sí, jalearon y palmearon con entusiasmo a la novia en danza. Tal vez si su prole hiciese más caso a los curas que al corazón doña Cayetana hubiese podido invitar a Los del Río, a José Bono o qué se yo, a Paquirrín, pero las atrocidades no se eligen, vienen como vienen y hay que lidiar con ellas y portarse coherente hasta el final, haciéndoles un sitio en la historia de los blasones. Y eran tantas las atrocidades que por poco no caben la peineta y mantilla española de Carmen Tello, la madrina de más tronío que se recuerda. Chúpate esa, Pippa Middleton.