El valenciano Gonzalo Pin, formado en Neonatología y especialista en Terapia de Modificación de Conducta, imparte en el Congreso de Pediatría un par de talleres a sus compañeros. Junto a Eduard Estivill firma Pediatría con sentido común para padres y madres con sentido común, un "manual de instrucciones" para ayudar a los padres a criar a sus hijos.

-¿Tan difícil es criar un niño que hay que recurrir al manual?

-La humanidad lleva haciéndolo millones de años y si se toma con calma, las cosas suelen salir bien. El problema es que ahora vamos con tanta prisa que, en vez de disfrutar, podemos angustiarnos. La intención del libro es poner un poco de sosiego y recordar que el abrazo que no das hoy, no lo das.

-¿Qué papel debe tener ahora el pediatra?

-La sociedad ha cambiado y la pediatría también debe hacerlo. Ya no es el médico que se dedica a tratar las anginas, sino que trata de enfocar integralmente al niño. Lo intentamos con el libro, en el que abordamos también las nuevas enfermedades que antes estaban un poco bajo tierra porque había patologías más urgentes.

-¿Cómo cuáles?

-Tenemos bastante controladas las enfermedades infecciosas, pero hay más enfermedades sociales, de socialización, de sueño, de agresividad...

-¿Y la depresión?

-La depresión infantil existe y estamos preocupados. Toda la sociedad debería estarlo porque es un reflejo del mundo que estamos haciendo. En Estados Unidos alertan del déficit de psiquiatras infantiles y de que hay que reciclar al pediatra para detectar psicopatologías como depresión y ansiedad.

-¿A qué lo achacan?

-Los niños tienen preocupaciones importantes para ellos, como el acoso escolar o que les exigimos demasiado. Algunos niños hacen más de 40 horas semanales. Si hubiera un CCOO infantil, protestaría, porque salen del colegio y hacen clases extra. Los padres alegan que la sociedad es competitiva. El problema es hallar el equilibrio.

-Si tuviera que dar un consejo a los padres, ¿cuál escogería?

-Lo primero es conocer y respetar los ritmos biológicos de los niños. Existen problemas porque adaptamos sus horarios a los de los adultos y no al revés.

-¿Ya no llega con el instinto?

-Es por el cambio social. En las macrofamilias donde coexistían varias generaciones la transmisión de los conocimientos se hacía de forma más natural, más tranquila, y la sociedad en general era más lenta. Ahora eso ha desparecido y los padres deben adquirir esos conocimientos de otro modo, con libros o internet. Y no hay que olvidar que los niños aprenden por modelos, más de lo que hacemos que de lo que decimos.

-¿Y si los padres son estrictos pero los abuelos malcrían? ¿O si los mensajes de padre y madre son opuestos?

-El papel permisivo de los abuelos es muy importante en su educación. Los padres, como educadores, deben establecer límites claros, que no estrechos, y enseñar a los hijos que sus acciones tienen consecuencias. Pero el papel del abuelo es otro y es educativo porque el niño empieza a aprender que hay diferentes papeles en la sociedad y a manejar con quién se juega los cuartos. El problema de hoy es que a veces convertimos, por falta de tiempo de los padres, a los abuelos en educadores. En el caso de la pareja, debe transmitir al niño el mismo mensaje.

-Especialistas como Estivill son partidarios de ser más estrictos, mientras otros, como Carlos González, defienden lo contrario. ¿Qué hacer?

-La solución no es blanca ni negra; siempre es gris. Hay que adaptarse a cada tipo de niño.

-¿Hay que usar el castigo?

-Legalmente no podemos pegar. Por lo que se refiere al castigo, si un niño está bien educado no es necesario. Debería ser una técnica excepcional reservada a situaciones excepcionales. Lo mejor es que pierdan privilegios adquiridos si cometen una conducta incorrecta de la que se les ha informado previamente que lo es.

-¿No protegen en exceso los padres a los hijos hoy en día?

-El niño tiene que investigar y debemos dejarle hacerlo. Hay que permitirle adquirir experiencias y darle más autonomía. Es mejor que se caiga de un escalón delante de mí a que lo haga bajando unas escaleras, lejos de mí, porque no tiene experiencia. Son preferibles dos puntos en la frente que siete en el cerebro.