La presidenta de la Asociación Galega de Disléxicos, Carmela Díaz, asegura que, al igual que muchos otros padres, al principio no sabía qué le pasaba a su hijo, que ahora tiene 15 años. "No entendía qué ocurría porque estudiaba conmigo una cosa y al día siguiente la profesora me decía que no se lo sabía; se le olvidaba el material y tenía las libretas hechas una chapuza", señala y añade: "De hecho, llegué a romperle varias libretas, de lo que estoy bastante arrepentida. No sabíamos que tenía dislexia y por más que le insistíamos, escribía muy mal".

Ahora, con varios años de experiencia en el mundo de la dislexia, sabe que de nada sirve insistir. "Lo que hay que hacer es alternarles un rato de trabajo y otro de descanso", sostiene Carmela.

Sobre la situación de los disléxicos en la escuela, tiene claro que faltan ayudas. "Los profesores apenas están formados en dislexia. Realmente los cursos que reciben no se ajustan a la realidad que tienen el aula", indica. "Hay que tomar una serie de medidas para facilitarle el aprendizaje, hay que enseñarles a aprender".

Pero el apoyo necesario no siempre llega desde los colegios. En este sentido, la presidenta de la asociación de disléxicos de la comunidad gallega alerta de que hay padres que tiran la toalla cuando ven que su hijo repite una y otra vez.