De pequeño era el "típico niño travieso", conocido en el barrio, pero nadie le dio mayor importancia. El déficit de atención que sufría Manuel le impedía comprender bien las explicaciones de sus profesores "no conseguía concentrarme en las clases y, con 8 años, ya tenía asumido mi rol de desastre", recuerda. A pesar de tener una capacidad intelectual media-alta, la baja autoestima y mucha inseguridad le condicionaron a sacar a duras penas la EGB. Comenzó un FP de electrónica, pero seguían los problemas para estudiar. "No era capaz de hacer los deberes, lo postergaba siempre, al igual que todas las tareas rutinarias", dice.

Manuel asegura que su vida personal ha estado "marcada" por su hiperactividad, a pesar de no haber sido diagnosticado hasta hace muy poco tiempo. "La forma de afrontar los problemas, de no organizarte, el desorden... todo me ha llevado a no conseguir nunca una estabilidad". Manuel tuvo varios episodios depresivos y le aconsejaron el psicoanálisis, "que no me sirvió demasiado".

El diagnóstico de TDAH llegó trece años después, cuando una sobrina con problemas de atención acudió a la asociación y le diagnosticaron de TDAH. "Mi sobrina me contaba lo que le pasaba y yo me veía muy reflejado, aunque fuera mayor". Desde entonces, todo ha mejorado para él. "Ahora tomo una dosis ínfima de antidepresivos y la terapia para adultos me ha enseñado a gestionar mejor mi vida cotidiana". Además, compartir sus experiencias con las del resto de compañeros le hizo darse cuenta de que "no somos bichos raros; hay más adultos con este problema!

Usar reloj, llevar siempre una agenda y utilizar listas y notas para no olvidar cosas y tareas son algunas de sus herramientas.