Arianna Huffington ha estado unos días en España hablando del Huffington Post, el HuffPo, el medio digital que fundó en EEUU en 2005 y que seis años después, justo en mayo pasado, poco después de ser comprado por AOL, ya se había situado en audiencia por delante del New York Times, según datos de Comscore.

El HuffPo es, para algunos gurús de la sociedad digital, el medio de comunicación que mejor encarna lo que debe ser el modelo periodístico del futuro, la definición que debe tener todo nuevo patrón de comunicación: un gran contenedor de artículos de periodistas vocacionales escribiendo de aquello que les apetece o les gusta, sujetos a una criba o mínima selección y una posterior y muy leve jerarquización. Con todos los matices que se quiera: en realidad, un modelo basado en las opiniones y escritos a granel, un modelo de periodismo cuantitativo, en definitiva. Por eso no está de más celebrar que sea la propia Arianna Huffington, el alma máter del HuffPo, la que reconozca que hay que reencontrar cuanto antes los valores clásicos del periodismo, la credibilidad, la objetividad, la comprobación de los hechos, saber distinguir, discernir, explicar, jerarquizar, esas bases periodísticas irrenunciables que se apoyan en una ética indivisible, en palabras recientes de Álex Grijelmo.

En muchos procesos culturales e incluso personales, hay afirmaciones de personalidad construidas sobre el rechazo a todo lo anterior. Y este no puede ser el camino que recorra el nuevo periodismo, en su salto a nuevos soportes y nuevas audiencias. Porque el periodismo deberá buscar nuevos modelos narrativos que se adecuen a los soportes que ya hay o a los que están por venir, deberá ser capaz de facilitar la socialización de la información, participar activamente en las conversaciones, adquirir nuevas habilidades y destrezas, deberá ser capaz, sobre todo, de salir al encuentro de una generación de nativos digitales que ya no transitan por los mismos caminos y carreteras comunicativas que antes, ni lo hacen con los mismos hábitos de consumo de la información que antaño, porque de nada sirve hacer un excepcional producto si no se es capaz de que llegue a la gente, y el periodismo deberá incluir en su agenda paulatinamente con mayor relevancia nuevos temas que rodean ya a cualquier nuevo lector, como la tecnología que les hace más sencillo el día a día o las redes sociales en las que viven parte de su tiempo, pero si en su tránsito hacia los nuevos soportes el periodismo deja de lado lo que lo define en esencia, si renuncia a las bases que justifican su propia existencia, lo que vendrá será otra cosa, pero no periodismo, no al menos el periodismo que ayuda a democratizar las sociedades y a mejorar la comprensión del mundo a los ciudadanos.

Parte del periodismo nativo digital, todavía hoy, arrastra en su germen conceptual algo de esta afirmación cimentada en la negación de lo inmediatamente anterior, y si bien es una postura absolutamente legítima y necesaria mejorar o tratar de acertar allí donde otros pudieron haber fallado, cuanto antes se comiencen a construir esos nuevos puentes sobre las bases que suponen esos valores irrenunciables del periodismo, mucho antes empezará el nuevo periodismo digital a recorrer camino de verdad y madurar y explotar con garantías un mundo de nuevas y maravillosas herramientas repletas de posibilidades casi infinitas. Porque aunque muchos se apresuren a enterrar los valores clásicos del periodismo, la realidad demuestra cada día que siguen estando muy vivos y son más necesarios que nunca en una época de tanta información y tantas fuentes.

Como señalaba en un reciente artículo Robert S. Boyton, autor del libro El Nuevo Nuevo Periodismo, nunca antes tanta gente ha tenido acceso a tan diversa y enorme cantidad de información. Nunca antes la audiencia del periodismo ha sido tan amplia y el periodismo tan necesario. Esa es la buena noticia. Y si como se empeñan en profetizar unos y otros, el periodismo está a punto de morir, el funeral, sin duda, tendrá la mayor cantidad de parientes del difunto de toda la historia.