Que internet ha revolucionado las formas de comunicación, y por lo tanto de transmisión de datos, de conocimiento y de relación personal, es algo obvio. Que ha creado un mundo paralelo desde el cual proponer nuevas identidades y sociabilizar en un entorno donde los condicionamientos kantianos de espacio-tiempo quedan reconfigurados, también. Que Apple es una marca de prestigio que aúna alta tecnología y diseño, indiscutible. Que su creador -Steve Jobs, uno de ellos- se ha convertido en el icono del emprendedor californiano, el triunfador del American Dream y el referente de la modernidad mundial, es absolutamente cierto: basta con revisar las puestas en escena del lanzamiento de los productos Apple, basta con echar un ojo a las crónicas y reportajes que sucedieron a la muerte del padre del iPod, iPad, iPhone, iBook, iTunes, Mac -y lo que sigue-.

En 1984, Michael Moritz escribió la fabulosa hazaña de un par de ingenieros norteamericanos que crearon una empresa de venta de ordenadores con la que consiguieron colocarse en un mercado en contínua expansión; un mundo con un poder incalculable, pero que devoraba compañías e ideas en una constante regurgitación, fusión y aniquilación de productos, marcas y sueños tecnológicos. En 2010, Moritz reeditó esa historia del nacimiento de Apple y le agregó un prólogo y un epílogo que narran la verdadera trayectoria de la compañía, esa que disparó el mercado tecnológico en los noventa, que despidió a su propio creador y que al readmitirlo relanzó a la compañía en una orgía de creatividad que la llevó, con el cuidado de un diseño elegante y funcional, a conquistar territorios virtuales con posibilidades de negocio desconocidos hasta el momento: la música, el vídeo, las películas de animación, el ordenador en múltiples formatos, etc. Pero, a su vez, Moritz construyJobs, el icono de toda una generación.

A medio camino entre la biografía empresarial y la hagiografía de un triunfador romántico de cuño norteamericano, Steve Jobs & Apple, la creación de la compañía que ha revolucionado el mundo (Alba, 2010), es la demostración palpable de cómo el business internacional se preocupa por proyectar y cuidar una imagen vitalista y sonriente de sí mismo.

El relato de los primeros pasos de la compañía se reviste de valores entusiastas como la tenacidad, la humildad, la pasión, el deseo de triunfo, la superación de uno mismo, la creatividad... sin olvidar que el trabajo, el esfuerzo y el talento van acompañando a menudo a la competitividad, la traición y la envidia. En cierto momento, Moritz explica algunas de las bromas que circulaban entre esta generación de emprendedores, un chiste cruel que expresaba con claridad el cambio de circunstancias: "¿Cómo se deletrea Sony? Y la respuesta: A-P-P-L-E", que convoca a la vez al triunfo propio y al desprecio ajeno. Con grandes dosis de épica se narra la camaradería de Steve Jobs con Stephen Wozniac, los experimentos en el famoso garaje, los primeros ordenadores montados por manos habilidosas de veinteañeros geniales, el primer pedido de envergadura - "vi el símbolo del dólar ante mis ojos"-, el aprendizaje del negocio entre cifras desorbitadas y consejos de administración y las reuniones de fin de semana de los mejores creativos y los mejores ingenieros que discuten en una apartada playa de California las estrategias de empresa, al tiempo que enriquecen sus puntos de vista, aplauden las buenas noticias del mercado y se hacen eco de los rumores de la competencia. En un periodo en que tantas cosas se han demostrado ficticias, tantos imperios se han construido en el aire y se han desvelado tantos fraudes, Apple es el emblema de la audacia, el ingenio y el espíritu emprendedor. "Cuando otras empresas se erigían sobre montañas de deudas, resulta tranquilizador saber que las ganancias reales y los beneficios tangibles se pueden emplear para invertir en el futuro (...), es reconfortante comprobar que no hay nada más efectivo que el espíritu de una empresa incansable bajo la amenaza de extinción (...), es un alivio ver que la estética y el gusto por el detalle marcan diferencias". Y en esa oda al espíritu capitalista, emprendedor e innovador, Moritz no duda en asociarlo al espíritu genuino norteamericano: "Si alguna vez ha existido una compañía que haya demostrado lealtad a la exhortación Sí, podemos, esa compañía es la Apple de los últimos diez años".

Steve Jobs queda magnificado de la misma manera: desde el niño prodigio que se quemaba los dedos al meter horquillas en los enchufes, al adolescente rebelde que fumaba marihuana, obsesivo con aquello a lo que decidía entregarse, excéntrico y vanidoso en su relación con los demás: "Por su aspecto, sus comidas a base de yogur, su estricta adscripción a la dieta amucosa y la creencia de que, gracias a la abundancia de fruta en su alimentación, podía prescindir de la ducha, lo consideraban, evidentemente, un inconformista".

Como un héroe romántico predestinado a la grandeza, Jobs tuvo una revelación esencial en un viaje a la India: "En la confusión de yoguis y certificados de vacunación, de darshan y pranas, sadhus y saris, advirtió una lección crucial. No encontraríamos un lugar en el que quedarnos un mes y alcanzar la iluminación. Por primera vez se me ocurrió que quizá Thomas Edison hizo mucho más por cambiar el mundo que Karl Marx y Neem Karoli Baba juntos". Nada menos.

Y como un Montecristo destinado a la tragedia y a la venganza, Jobs levantó un imperio tecnológico del cual fue desterrado por su propio consejo de administración, vendió todas sus acciones menos una y volvió a él años después, tras quedar absorbida su nueva compañía NeXT por el gigante Apple, para hacerlo más poderoso y darle el impulso definitivo que necesitaba: "En sus años de ostracismo, Steve Jobs se había curtido". Siempre hay una lección de sufrimiento necesaria para el triunfador americano.