Pueden pasarse tardes enteras sentados en su escritorio, con el libro de texto abierto siempre en la misma página y sin memorizar una sola línea, se olvidan con frecuencia la agenda con los deberes de clase y fingen que atienden a las explicaciones del profesor mientras elucubran, por ejemplo, sobre cómo pueden pasar a la siguiente pantalla de su videojuego favorito. Son los llamados niños hipoactivos, menores que se muestran lentos y pasivos a la hora de realizar tareas que les suponen una obligación o un deber, un comportamiento que algunos especialistas identifican como una manifestación más del trastorno TDAH (trastorno por déficit de atención), pero que, tal y como explica el psicoanalista y psicólogo clínico de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), Manuel Fernández Blanco, suele deberse a un problema de actitud.

"Es bastante común que haya padres que se quejen de la pasividad de sus hijos, pero no se debe confundir un problema de actitud con una enfermedad", subraya el especialista del Chuac, quien lamenta la "hipermedicación" a la que, tanto para tratar este tipo de casos como los de hiperactividad, se tiende a someter a los pequeños. "Sólo se debe recurrir a los fármacos cuando su uso esté totalmente justificado y sus beneficios, probados", señala Manuel Fernández Blanco, y añade: "El metilfomidato, que es el fármaco que se suele utilizar para tratar los casos más desbordantes de síndrome de déficit por atención, es un fármaco psicoestimulante y, como tal, puede tener efectos secundarios", remarca.

Fernández Blanco sostiene que la hipoactividad es más común en niñas, porque "éstas son, en general, más tranquilas". "Cuando a un niño una tarea le incomoda, responde con más inquietud, mientras que las niñas recurren más a la ensoñación, a evadirse en sus pensamientos", apunta el psicólogo infantil del Chuac, aunque puntualiza: "Esto no quiere decir que no haya niñas hiperactivas y niños hipoactivos", aclara.

Este especialista coruñés asegura, además, que la exigencia generalizada de lograr el éxito escolar es una de las causas que explican que cada vez más padres lleven a sus hijos al médico ante este tipo de problemas. "Nunca, como hasta ahora, se había equiparado tanto el éxito en la vida con el éxito escolar, sin tener en cuenta que no todos los niños tienen el mismo talento, ni las mismas capacidades, y que a muchos les resulta muy complicado responder a las exigencias de la educación obligatoria", indica Fernández Blanco, quien insiste en que "ninguna medicación genera un deseo por estudiar ni hace a un pequeño más inteligente". "Partimos de la base de que se trata de niños con un coeficiente intelectual normal, sin problemas de ansiedad, que se muestran pasivos y se distraen ante situaciones que no les resultan entretenidas", reitera el psicólogo infantil del complejo hospitalario coruñés, y concluye: "Para invertir esa situación, lo más adecuado es intentar captar el punto de interés de esos pequeños -todos los niños tienen uno- y, llegado el momento, orientar hacia ese campo su formación".