Camino de la colonia Nueva Esperanza, en Guatraché, el taxista no reprime sus opiniones sobre los menonitas que, en síntesis, son las siguientes: son raros, sucios y desconfiados. "¡Viven como en la Edad Media, no tienen ni lavabo!", exclama con contundencia, gesticulante, soltando las manos del volante.

Los menonitas se instalaron en el sur de la Pampa argentina, a mediados de los años ochenta, procedentes de México y Bolivia. Son 1.300 en Nueva Esperanza, y más de 300.000 en todo el mundo (la mayoría, en Estados Unidos). Aunque muchos los toman por amish - es el influjo del cine y de Harrison Ford -, no son exactamente lo mismo, pese a que ambos son evangelistas anabaptistas y tienen raíces comunes en la Europa de hace quinientos años. El taxista se despide, y ahí están, frente a su casa de campo y de pie junto al camino, los anfitriones: el carpintero Jacobo; su esposa, Caterina y sus siete hijos. Por sus ropas se dirían salidos de entre un western y una pintura de espigadores de Millet del siglo XIX. Como si el tiempo estuviera detenido. De eso se trata.Ya en el interior de la casa, al fondo hay un lavabo con váter, lavamanos y bañera. Pero no televisión. Ni radio. Ni teléfono. Ni una bombilla pelada. Nada que los distraiga del trabajo y de la práctica religiosa, y así es como han vivido desde hace siglos.

No reconocen ningún Estado. De ahí, por ejemplo, que a lo largo de su historia hayan negociado privilegios gubernamentales que les permitan la práctica religiosa mientras quedan al margen de la mili y del sistema escolar.

La colonia de Nueva Esperanza, en la Pampa argentina, fue fundada a mediados de los ochenta, aún no hace treinta años, cuando llegaron unas pocas familias procedentes de otros países americanos. Hoy son más de mil residentes en Guatraché y, en poco más de veinte años, explotan absolutamente sus 10.000 hectáreas de terreno, básicamente de cereales. Colonizan sus tierras a un ritmo muy alto, como antiguamente, con lo que la colonia de Nueva Esperanza se les está quedando pequeña.

Agricultores y vaqueros, laboriosos ante todo (más del noventa por ciento tiene aquí sus propias vacas), también producen muebles y silos en cantidades industriales. Y aunque no tengan ni televisor ni radio, y bien pocas comodidades, lo que sí se permiten es tener tractores para producir más y mejor. No pueden utilizar motores ni energía eléctrica para iluminar sus casas o por razones de confort, pero sí pueden, en cambio, tirar de ellos para hacer funcionar cualquier maquinaria de trabajo.

Trabajo, familia, espiritualidad y ¿modernidad?

Son las seis de la mañana, la hora de hacer tambo, es decir, de ordeñar las vacas. Jacobo, Caterina, sus hijos€ No falta nadie al tambo. Ni siquiera el pequeño Cornelio, de cinco años, rubio y con flequillo, que, como todos, chapurrea el español y habla un dialecto entre el alemán y el holandés, residuo centenario del origen europeo de esta comunidad religiosa. El trabajo aquí es sagrado, y no se trata de ningún tópico, no es una frase hecha.

El trabajo, la familia y la espiritualidad son el trípode en el que se sustenta la comunidad menonita. Son sus pilares, y los niños lo aprenden desde muy pequeños. Las dos horas del tambo (las seis de la mañana y las seis de la tarde) son de obligado cumplimiento Y ahí está el niño Cornelio contribuyendo a la causa familiar, carreteando las lecheras que, al cabo de un rato, recoge en su carro de caballos - porque tampoco hay coches - el lechero de la comunidad. Una leche que comprarán los menonitas para su uso y disfrute en alguna de las queserías de la comunidad o que terminará convertida en pasta de mozzarella o en quesos destinados a venderse fuera de la colonia.

Y es que, pese al aislamiento y a vivir como sus antepasados - esa es al menos su aspiración-, los menonitas comercian con el exterior. De eso viven, en buena medida.

Por lo demás, su visión del mundo sigue surgiendo, exclusivamente, de la Biblia - y especialmente del Nuevo Testamento -, de la misa dominical y de su escuela, a la que los niños asisten entre los cinco y los trece años (hasta los doce, en el caso de las niñas). Estudian la Biblia y su particular visión del mundo.

Pulso a la modernidad

Hay jóvenes que no ocultan su atracción por la modernidad, la música, el cine, la televisión Y, por si ello fuera poco, la colonia mantuvo hace unos años un importante conflicto con el gobierno argentino por la escolarización de los niños. Así pues, en 1999, el gobierno de La Pampa quiso incorporar a sus hijos a las escuelas públicas, y la comunidad menonita se negó en redondo y hasta amenazó con abandonar la colonia. Temen que los jóvenes se les extravíen en un mundo que perciben lleno de peligros, drogas y violencia, y nada más.

El cortejo

Las mujeres solteras se distinguen por llevar un pañuelo blanco en la cabeza; el de las casadas es negro. Se casan jóvenes los menonitas, y es difícil dar con una familia que no tenga seis, siete o más hijos. Del cortejo dominical adolescente se pasa pronto a la boda, antes de la veintena. Jacobo y Caterina ya son abuelos a los cuarenta y pocos: Martín es el nombre de su primer nieto, hijo de su primogénito, Juan. Por el momento, viven todos en la misma finca, pero Juan debería instalarse por su cuenta con su familia, en sus tierras y con su granja. El problema es que a los menonitas no les quedan hectáreas en Nueva Esperanza y los hay que ya meditan fundar una nueva colonia donde sea que Dios quiera.