Los profesores son los últimos en darse cuenta del acoso escolar, un fenómeno subterráneo en el que impera la "ley del silencio" entre los alumnos por miedo a ser tachados de chivatos y, lo más grave, por la vergüenza de la víctima de sentirse incapaz de relacionarse en condiciones de igualdad con el agresor.

"Siempre pasa a espaldas de los adultos; es muy difícil de detectar por parte de un profesor, que normalmente es el último en enterarse, incluso después que las familias, cuando la situación explota", explica a Efe el psicopedagogo Ferran Barri, coordinador de "Acoso escolar o 'bullyng'. Guía imprescindible de prevención e intervención" (Altaria).

El acoso nace en el entorno escolar, en el aula y el patio, pero se hace evidente en las "zonas duras", los lavabos, los cambios de clase, es decir, "siempre oculto" a la vista de los docentes.

Y ahora suele continuar en el ciberespacio, pues trasciende no sólo a la calle, sino a la mensajería de los teléfono móviles y a internet y las redes sociales.

El manual surge de una serie de experiencias de profesionales de la docencia, la psicología y la jurisprudencia, está ilustrado con casos y testimonios reales y se dirige al profesorado y las familias, según Barri, que es presidente de SOSBULLYING.

Incluye indicadores que ayudan al profesional de la enseñanza a detectar de manera discreta los casos en una fase inicial, en la que se puede atajar más fácilmente y la pérdida de autoestima y habilidades sociales de las víctimas es reversible.

Incluso hay personas de 40 años, comenta, que aún sufren las secuelas de un acoso en edad infantil.

Es un recuerdo "imborrable", pero se trata de conseguir activar en ellos la resilencia (capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas).

"El problema es cuando no se ha superado, se enquista y dificulta cualquier interacción social y profesional en la vida adulta".

La víctima acaba por culparse porque el acosador manda el mensaje de que aquella se ha ganado lo que le está pasando, pero "nadie -subraya Barri- merece ser acosado".

Son personas "diana", aquellas que pueden sufrir acoso con mayor probabilidad, los que no caen bien porque tienen algo diferente, el carácter, algún rasgo físico, la orientación sexual, el origen, la raza, que el agresor se encarga de caricaturizar o denigrar.

Como "síntomas" de una sospecha de acoso escolar cita a los alumnos excesivamente silenciosos en el aula, que no participan habitualmente en las actividades colectivas, nunca saben nada cuando se les pregunta en clase o empiezan a flojear en los estudios, se vuelven más introvertidos o en el patio sólo buscan el "refugio" de los profesores.

También se puede detectar con test sencillos en que se pregunte a los estudiantes con qué compañeros no se sentarían o a quiénes no invitarían a su cumpleaños.

Pero el acosador también tiene un problema de autoestima y carencias afectivas: quiere ser un líder y no es un líder natural, sino que se impone mediante la violencia, así que necesita una reeducación, según Barri, que trabaja en un instituto de El Vendrell (Tarragona).

Algunos necesitan un "coro" de compañeros que jaleen su actitud de matón, aunque muchos otros tienen potencia suficiente como para poder actuar por sí mismos.

A veces el propio acosador, a modo de 'capo mafioso', hace que otros hagan el trabajo "sucio" por él.

Se da tanto entre chicos como chicas, aunque en este caso el acoso es "mucho más sublime, sutil"; el de los varones está más basado en la fuerza física y la chulería, aunque no siempre.

La cantidad de casos está estabilizada, pues se dispone de más estrategias y recursos para detectarlo de forma más temprana y tratarlo mejor que hace unos años.

"Hay más concienciación social -remarca Barri- y, sobre todo, de los docentes y otros profesionales que trabajan con niños y que tienen más y mejor formación para saber que lo que antes era 'cosa de niños' puede ser realmente maltrato".

La mayor incidencia suele darse en la transición de primaria a la secundaria obligatoria y del colegio al instituto, porque existe una "efervescencia hormonal" y los chicos empiezan a querer autoafirmarse en el grupo; y también porque hay espacios físicos más amplios para moverse lejos de la mirada de los adultos, aunque el acoso baja en los últimos cursos.