Nacido en 1928 en la localidad ferrolana de O Seixo y emigrado a los 9 años a Nueva York, Anthony Bouza es un experto policial legendario en Estados Unidos. Con una decena de libros publicados, fue miembro del servicio secreto de la policía neoyorquina, comandante del Bronx y guardaespaldas de los presidentes John Kennedy y Lyndon Johnson. También se encargó de la seguridad de grandes estadistas como Krushev, Sukarno, Fidel Castro, De Gaulle o Tito en sus visitas a Nueva York.

El asesinato de Kennedy, del que se cumplen este mes 50 años, pone ahora el foco en el tiempo que compartió con el mítico presidente, del que habla sin pelos en la lengua en esta entrevista concedida a LA OPINIÓN.

"Yo he llegado a pasar hasta 17 horas seguidas con el presidente Kennedy en sus visitas a Nueva York. El ambiente sofisticado de la Gran Manzana era uno de los lugares donde más y mejor se desenvolvía, al contrario que otros presidentes", recuerda.

-Esas largas jornadas tuvieron que ser una experiencia de primera mano para conocer al verdadero Kennedy más allá del mito.

-John Kennedy venía muy frecuentemente a Nueva York, tenía raíces, contactos y amistades aquí. Yo estaba presente siempre en esas relaciones, en mi condición de miembro del servicio secreto de la policía de Nueva York. Pero desde la distancia propia de un guardaespaldas, claro. Yo era un observador mucho más que un actor principal en esas relaciones. Entre otras cosas, Kennedy era sin duda un mujeriego. Cuando venía a Nueva York andaba por ahí hasta muy tarde y no cesaban las visitas a su apartamento.

-¿Era la relación de Kennedy con su esposa tan distante como se ha llegado a decir?

-Era una relación muy extraña para el patrón del americano medio. Mantenían entre ellos un tipo de vínculo más propio de la aristocracia europea. Eran ricos, independientes y glamurosos. Cada uno iba por su lado. Jacqueline iba por su propio camino y John tenía amantes y una vida muy agitada. Recuerdo muy bien lo mucho que me chocó en una ocasión, en la que estuve con Jacqueline cinco días completos, mientras estaba de compras en Nueva York. Yo estaba obligado a ser su sombra. Al cabo de todos esos días en los que ella estuvo de compras en la ciudad, llegó John Kennedy de Washington. El presidente venía a pronunciar un célebre discurso en las Naciones Unidas y le pidió que le acompañara. Jacqueline rehusó. ´No, no, ya he terminado mis compras y estoy a punto de partir´, le dijo, como si fueran apenas simples amigos que se encontraran. Recuerdo que ella finalmente acabó por quedarse, sin gran entusiasmo, pero solo porque él insistió mucho.

-¿Cuál es su impresión personal sobre Kennedy?

-Creo que Kennedy era un hombre muy elegante, glamuroso, con un soberbio estilo, culto, muy educado, rodeado siempre de deslumbrantes figuras de la literatura, el cine y la cultura en general. Como presidente, sin embargo, tengo de él una impresión menos buena. Fue quien nos envolvió en la guerra de Vietnam, se metió en el avispero del ataque contra Cuba y algunos turbios intentos de atentado contra Fidel Castro, otro gallego.

-Pervive sin embargo el mito de Kennedycomo paradigma del cambio en los años 60.

-Sí, lo sé, pero no comparto esa opinión. Kennedy no hizo mucho en cuestiones fundamentales como los derechos civiles. El conflicto racial con la comunidad negra, por ejemplo. Dio ideas, que en realidad llevó Lyndon Johnson a la práctica. Su hermano Robert era otra cosa, estaba bastante avanzado en esos temas. Fue el pionero de la lucha contra la mafia. Cuando Robert Kennedy fue nombrado secretario de Justicia, se quedó asombrado del poder de control que la mafia tenía realmente sobre el país. Hay que recordar que en esos días el FBI de Edgard Hoover no hacía nada contra la mafia ni el tráfico de drogas a gran escala. Hoover sostenía que la mafia no existía, que era una fantasía de algunos periodistas. A Hoover le gustaban las aparatosos operaciones policiales para la galería, en las que apresaban a delincuentes comunes saliendo de teatros y otras tonterías. Fue una persona que hizo un daño tremendo a las fuerzas de policía en Estados Unidos por la cantidad de años que estuvo al frente del FBI, en los que se atrasó la lucha contra el gran crimen organizado. Pero John Kennedy, pese a su imagen moderna, excitante y atractiva, que tenía a todo el mundo fascinado, fue desde mi punto de vista un fracaso como presidente. Para mí, Johnson fue mejor presidente que Kennedy.

-Usted fue también guardaespaldas de Lyndon Johnson. ¿Cómo lo recuerda?

-Era lo todo lo contrario a Kennedy. Mientras uno era todo fascinación, el otro era más bien tosco. Sin ningún brillo. Pero sabía gobernar. Sabia dónde apretar y dónde aflojar. Tenía un profundo conocimiento de las políticas reales de poder en América. Era más pragmático que John Kennedy, que sentía un monarca adorado por el pueblo y pensaba que era más que suficiente para hacer su voluntad. Kennedy tenía una visión irreal. La política no funcionaba así. Su sucesor, Lyndon Johnson, fue mucho más efectivo, nos dio leyes de derechos civiles para los negros y dejó tras de sí una legislación muy avanzada. El problema para la imagen histórica de Johnson es que era un hombre más bien tosco, muy terco y menos formado intelectualmente que Kennedy, y se empeñó en continuar la guerra de Vietnam a toda costa, influenciado por asesores como Robert McNamara.

-¿Es cierto que el patriarca de los Kennedy, Joseph, amañó con la mafia el triunfo de John Kennedy en Chicago en las reñidas elecciones de 1960 contra Nixon?

-No parece haber muchas dudas sobre eso. Los rumores sobre las irregularidades en el voto en Chicago perduraron largo tiempo. Desde luego, si hay un punto oscuro en las elecciones que encumbraron a Kennedy a la presidencia fue Chicago, donde el gánster Sam Momo Giancana nombraba alcaldes a su medida.

-¿Tenía relación Kennedy con mafiosos como Giancana?

-Nunca se investigó suficientemente la relación de Kennedy con la mafia. Ahí, como en otras muchas cosas sobre este presidente mítico, hay una importante laguna. Hay que reconocer que su hermano Robert, que era mucho más avanzado que John, fue el primero en atacar a la mafia, y él merece mucho crédito. Pero la mafia estaba profundamente enraizada en la política real estadounidense. Se tiene que reconocer también que durante esta época, John Kennedy compartía amante con el jefe de la mafia en Chicago, Sam Momo Giancana. La muchacha era Judith Exner. El director del FBI, Hoover, sabiendo muy bien que Robert Kennedy no lo apreciaba, fue a ver a John Kennedy y le soltó que sabía lo de Exner. Ahí se acabó toda posibilidad de apartar a Hoover del FBI. Fue un chantaje en toda regla.

-Este mes se cumplen 50 años del asesinato. Hay un alud de libros, documentales y películas sobre el magnicidio de Dallas. ¿Se sabrá algo nuevo?

-Lo dudo, a pesar de que está casi todo por saber. Es un tema del que no me gusta hablar. He publicado nueve libros en Estados Unidos, pero nunca he querido escribir el que más me han solicitado los editores, unas memorias. Sobre el asesino, Lee Harvey Oswald, se sabe que tenía conexiones con Rusia, estaba casado con una rusa, y viajó a Cuba. Hay un dato muy curioso: entonces había una extraña organización en Estados Unidos, llamada Juego Limpio para Cuba, que desapareció el mismo día en que mataron a Kennedy. Esas organizaciones solían ser refugio de agentes dobles y podían ser manipuladas fácilmente por distintos servicios secretos. Ahí sigue habiendo un gran misterio. Queda mucho por aclarar. Pero no sé de nadie que esté a punto de revelar nada fundamental.

-¿Qué opina sobre la tesis que Oliver Stone maneja en su película JFK?

-Opino que le viene muy bien para acrecentar su fama. Pero no estoy de acuerdo con nada de lo que expone, aunque hay que reconocer que lo vende muy bien. Su teoría es pura fantasía.

-¿Cuál es la suya?

-Sin entrar en profundidades, creo que la clave está en las lagunas sobre la vida de Oswald en Rusia. Hay que recordar que esto ocurrió en el momento álgido de la guerra fría, en el que era imposible que nada ocurriese en Rusia sin que el Gobierno americano lo supiera. Sin embargo, de manera increíble, nada se sabe oficialmente sobre qué hizo Oswald en Rusia ni qué contactos mantuvo en esos años. Pero de ese iceberg apenas hemos visto la pequeña parte que sobresale del agua. Solo nos han contado la octava parte de la verdad -A la muerte de John Kennedy, le siguieron los asesinatos oscuros de su hermano Robert y Martin Luther King. ¿Hay una misma mano detrás de los tres?

-No. Pero tienen en común lo poco que se sabe en los tres casos. El asesino de King era un infeliz sin luces, un blanco pobre e ignorante, que sin embargo viajó por toda Europa. ¿Dónde consiguió el dinero? . Apenas se sabe nada de eso. De Sirhan, el asesino de Robert Kennedy, tampoco. Tanto misterio evidentemente no es normal.

-Usted se encargó también de la seguridad de grandes figuras de la política internacional en sus visitas a Nueva York. ¿Quién le impresionó más?

-He tenido el privilegio de ser testigo de muchos acontecimientos relacionados con líderes internacionales en auqelos años. Yo estaba presente en el cuarto cuando Krushev se encontró con Sukarno. O cuando se encontró con Fidel Castro en el hotel Santa Teresa. Estuve también con De Gaulle y Tito entre otros. El que más me impresionó fue Fidel Castro. Siempre he mantenido una buena relación con él desde entonces. Al fin y al cabo, somos gallegos. Mi mujer visitó hace unos años Cuba y Fidel se encargó personalmente de organizar su visita. Fidel era fascinante. El Che Guevara, sin embargo, con el que estuve cuatro días cuando visitó Nueva York, era un hombre muy reservado. Se notaba en su mirada que su interés estaba en otros mundos distantes.

-En su impresionante historial hay una espina clavada. El secuestro en Nueva York y posterior desaparición del exiliado republicano Jesús de Galíndez.

-Sí, yo llevé ese caso. Como cuenta Vargas Llosa en La fiesta del chivo, Galíndez fue secuestrado, torturado y asesinado por orden de Trujillo, con participación del régimen franquista. Fue el primer desaparecido político del siglo XX. El primer responsable de que no se resolviera el caso fui yo. Ya estaba en el servicio secreto, pero aún era joven e inexperto. El principal obstáculo para conocer la verdad fue Hoover y yo entonces fui un juguete en sus manos.