Sale del ascensor entonando una canción y caminando de forma ligera y elegante. El abuelo de Galicia hace cada día su cama y no necesita bastón, aunque reconoce que últimamente pierde el equilibrio. Al verle se puede pensar que tiene unos 90 pero es difícil acertar con su edad de un siglo y siete años de vida. Él se encarga de recordarlo.

Antonio Arenosa Rodríguez, vecino de Ponteareas, hace cien años que dejó de fumar. Asegura que cuando tenía siete cayó en sus manos un mazo de tabaco y se encerró en un baño del piso donde vivía, en Bouzas, para fumarse un pitillo. Fue tal la reacción y los vómitos que sufrió que jamas volvió a intentarlo. No pasarse con los vicios, sobre todo tan perjudiciales como el tabaco, fue la primera norma de su larga vida. "Ahora la escalera esta prohibida para mí", señala y asegura: "Yo subía y bajaba sin problema, y lo que caminé, fui un gran andarín". Sus largos paseos serían otra de las claves para mantenerse en forma y llegar a esta longevidad.

Asegura que no existen secretos para vivir más, pero indica que su vida siempre fue ordenada, y especialmente desde que ingresó en la residencia, hace ya 27 años. Controles, comidas y cenas a la misma hora, "todo como la pieza de un reloj".

Arenosa atiende estos días a numerosos medios de comunicación y llegó a comentar que si llega a los 108 convocará una rueda de prensa "para atender a todos juntos y no tener que repetir lo mismo". Ya sentados en la mesa confiesa que "siempre halaga la visita de los periodistas... pero hasta cierto punto".

Nunca pisó la universidad pero su discurso es de cátedra. Explica que una de las claves de no venirse abajo y mantener el buen humor es "vivir interiormente". "Tengo mi mundo, vivo aislándome no porque me sea nadie repulsivo sino porque conmigo mismo tengo muchísima vida...", dice. Esa vida se forma fundamentalmente de recuerdos: "Unos gloriosos, otros dolorosos, otros sentimentales... Comprenderá que en este momento de mi existencia vivo más de recuerdos, que de esperanzas... Y ya no estoy en situación ni en edad de hacer proyectos, pero tengo un pasado diverso que revivo...".

Indica que a los 17 años era un magnífico mecánico de automóviles de la época. Aprendió con su padre, que tenía un taller y ya le enviaba solo a realizar reparaciones. De su padre no habla precisamente bien, lo recuerda no como una buena persona sino como todo lo contrario. "No le odio pero no le tengo en cuenta y recuerdo todas sus palizas", dice. De su madre habla con dulzura.

"El amor fue todo en mi vida... la esencia de mi vida", afirma y añade que en este caso tiene el nombre de Celia, la mujer con la que vivió 50 años. "No la amé, la adoré... mi ideal de belleza femenina eran jovencitas y rubias y acabé enamorándome de una mujer morena y 16 años mayor que yo... Ella murió después de un largo tiempo en coma, le había dado un ictus y debería morir en cuatro o cinco días pero yo sin hacerle favor ninguno, me pasé con ella meses hasta que caí. No lo hice por ella, lo hice por mí porque quería sentirla latir", señalé.

"Fui a la cabeza de su entierro, eché tierra sobre su féretro y después, en casa, pasé meses buscándola y llamándola.... yo sabía donde había dejado lo que que quedaba de ella, que estaba enterrada en el cementerio... pero la buscaba y la llamaba porque la vida me era imposible sin verla a ella...", señala. Ya sin su gran amor este vigués de nacimiento, aunque lleva más de 27 viviendo en Ponteareas, se casó de nuevo con una mujer de la residencia que ya falleció.