La patria se lleva dentro. La del universal Gabo compartía en aparente contradicción la sensual luz cegadora del Caribe con el nebuloso mundo de leyendas galaico. Del contraste de esos dos mundos opuestos surgió el mágico universo literario de Macondo, que fascinó al mundo al inaugurar el llamado boom latinoamericano con la novela Cien años de soledad.

Gabriel García Márquez siempre llevó a gala sus orígenes gallegos, por parte de su abuela Tranquilina, verdadera inspiradora de su desbordante capacidad fabuladora, que nunca dejó de rastrear, pero no logró llegar a confirmar. "¿Gallegos? ¡Gallegos todos!", exclamó dándose un golpe en el pecho cuando conoció hace unos años al presidente de la Xunta Emilio Pérez Touriño.

El escritor Carlos Reigosa intentó despejar las incógnitas de este origen gallego de Gabo en su libro A Galicia máxica de García Márquez, especialmente el de su abuela, cuya galleguidad es defendida por el propio autor colombiano y aparece citada por sus biógrafos Plinio Apuleyo Mendoza o Dasso Saldívar. "Las abuelas y bisabuelas de García Márquez son colombianas, pero sus tatarabuelas son todas españolas -señala Reigiosa-. Intuyo que una de ellas, Josefa Vidal, podía ser de Ourense, ya que el escudo heráldico de los Vidal tiene su origen en Verín o Trives. Gabo nunca se desdijo de la existencia de esa abuela gallega, que yo entiendo que constituye para él un elemento literario. En 1968 hablé con él por primera vez, con motivo de la publicación de El otoño del patriarca, y le dije que no había encontrado ninguna referencia de su abuela gallega en Cien años de soledad. 'Sí, en la forma de contar', me respondió. 'Mi abuela me decía con la misma cara de palo que comiera toda la comida que esa noche había visto a mi tío muerto hacía veinte años', recordaba Gabo. En otro encuentro posterior en Los Ángeles, en 1996, me dijo que su abuela Tranquilina era descendiente de unos gallegos que emigraron al norte de Venezuela". La última referencia le llegó a Reigosa a través del biógrafo Plinio Apuleyo, quien le confesó que García Márquez le había dicho que "de la abuela gallega nada más se sabía, pero por favor, que lo investiguen, porque necesito saberlo".

Antes de su encuentro con Touriño, Gabo había visitado Galicia ya en 1983, poco después de recibir el Nobel. García Márquez se encontraba entonces agobiado por la enorme popularidad que le proporcionó el premio y quería perderse en lugar tranquilo. Decidió venir a Galicia e investigar sus orígenes. El viaje fue planificado por el entonces presidente español Felipe González, que encargó al intelectual Domingo García-Sabell, a la sazón delegado del Gobierno en Galicia, que actuase de cicerone, con la condición de que no le presentase a ningún escritor ni periodista. Gabo habla de esta experiencia gallega en un artículo publicado en El País el 11 de mayo de 1983, titulado Viendo llover en Compostela. En él reconoce que conocer Galicia era uno de sus sueños más antiguos. "Un país del que tenía nostalgia ya antes de conocerlo", lo que atribuye a su abuela Tranquilina. En este viaje iniciado en Compostela, García Márquez visitó también "el paraíso lacustre" de Arousa y la ría de Vigo, donde dejó un insuperable elogio de su gastronomía, al comer "unos pescados que siguen siendo peces en el plato y unas ensaladas que siguen creciendo en la mesa". Alude García Márquez en el texto a Rosalía y Valle Inclán, "en cuyos libros llueve desde el principio de la creación y sopla un viento interminable, que es tal vez el que siembra ese germen lunático que hace distintos y amorosos a tantos gallegos". Entre los que él decía contarse.

No acaba ahí la conexión gallega de Gabo. Su obra más emblemática, Cien años de soledad, fue publicada por primera vez por un coruñés, Francisco Porrúa, pionero editor también de Cortázar. Cuenta la leyenda que el 30 de mayo de 1967, tras ser rechazado por dos editores españoles, el libro que consagraría a García Márquez e inauguraría el boom latinoamericano aparecía publicado por primera vez en Buenos Aires, donde Porrúa regentaba la editorial Sudamericana. "Creo que Cien años de soledad se ha convertido en mi segundo apellido, porque todo el mundo lo ha añadido a mi nombre. Es parte de mi destino. García Márquez era entonces para mí un desconocido del que me habló Luis Harrs. Cuando terminé de leerla, pensé que era una obra muy relacionada con sus crónicas periodísticas. Estaba convencido de que era una obra singular, pero siempre noté que en Cien años de soledad, y Gabo lo sabe, falta un cierto intimismo que permita ver a sus personajes desde sus emociones, más allá de los hechos raros que suceden todo el tiempo. Pero no sugerí ningún cambio. Nada en absoluto".

Porrúa había aprendido de la experiencia con Julio Cortázar, a quien recomendó hacer cambios en una novela que el escritor argentino sí tuvo en cuenta. Para pesar de Porrúa. "Era un pasaje que me resultaba inverosímil, pero creo que me equivoqué porque había un efecto de humor que estaba bien ahora que lo pienso. Lo que siempre importa es la verdad literaria del texto. Con Rayuela ya tuve el cuidado de no sugerir nada. Hace poco releí una antología de cuentos de Cortázar y creo que lo que es casi inigualable en él es la transparencia del texto. No dudaba, no corregía, no hacía un alto para pensar en la siguiente palabra".