Tres de cada cuatro empresas españolas impiden que sus empleados entren en Facebook o Twitter en sus horas de trabajo. ¿Estás en una de ellas? Vaya, qué pena. Lo siento. Con la explosión de las redes sociales a partir de 2007, las empresas se encuentran ante el reiterativo debate de si sus trabajadores deben tener acceso a las redes sociales en sus puestos de trabajo. Bueno, la verdad es que no hay mucho debate. La decisión de la mayoría es prohibir su uso. Y ya está.

Aseguran que afectan a la productividad y que sus empleados van a estar todo el día dándole al me gusta a una foto o retuiteando una frase graciosa en lugar de dedicarse a sus quehaceres. Pero, ¿qué sucede, por ejemplo, si un trabajador cumple con las cargas de trabajo asignadas o trabaja por objetivos y los ha cumplido? ¿No son libres de administrar su tiempo como les plazca?

Otra historia son los caraduras. Que los hay. Un trabajador poco productivo no necesita entrar en sus perfiles sociales para perder el tiempo. Si no tuviese las redes sociales, lo perdería con cualquier otra historia. Esto ya pasaba antes de que llegase Facebook: las pausas demasiado largas para el café de media mañana, para el pitillito de la tarde? El absentismo presencial no es de ahora. El problema de ese trabajador está en su motivación, no en internet. El problema está en los estímulos que reciba de la empresa y en la cultura de esa organización y no en los avances tecnológicos.

Esto no es una batalla entre empresa y trabajadores, sino de acuerdos entre ambas partes. Esto no va de comunicaciones verticales -si las hay-, "haces esto porque yo lo mando" y demás prácticas obsoletas de recursos humanos. No.

La solución no está en prohibir -eso suena al siglo pasado-, sino en formar al empleado. ¿Por qué en lugar de cortar por lo sano no se impulsa el buen uso de las redes sociales dentro de la organización? ¿Por qué no tener un documento de buenas prácticas de utilización de las redes sociales para los trabajadores? Un par de folios colgados en la intranet de la empresa en los se promueva su empleo responsable, se estipulen los usos razonables en cuanto a tiempo o las sanciones que pueden ocasionar un abuso excesivo. En fin, desarrollar una política de uso de redes sociales coherente.

Definir una estrategia en la que tanto la empresa como el empleado obtengan beneficios si las utilizan. Y esto vale tanto para el que trabaja en un banco, en una farmacia o en un supermercado.

Las redes sociales no hay que verlas como una amenaza para la productividad, sino como una herramienta más con la que cuenta el trabajador y la empresa. Pueden servir para conocer mejor a sus empleados, descubrir las opiniones que se tienen sobre la organización, mejorar el servicio que se ofrece a los clientes... Y aquí vale tanto para el que trabaja en un banco, en una farmacia o en un supermercado. Y siempre me refiero a un uso controlado, el resto es otra historia.

Su utilización puede ser perfectamente compatible con el trabajo. Solo depende de cómo enfoquemos este uso y de la filosofía que transmita la empresa a sus empleados. Porque hay empresas que tienen una filosofía muy curiosa: tienen perfiles corporativos en Facebook o en Twitter, y hasta animan a sus trabajadores a que interactúen, y a la vez les capan la wifi y les prohíben entrar en las redes sociales en sus puestos de trabajo. Y es que piensan que si estás en Facebook no trabajas.