Las monjas de clausura del Convento de Las Trinitarias de Madrid han vuelto a retrasar los trabajos de excavación del suelo y los muros de la capilla en la que supuestamente yacen los restos óseos de Miguel de Cervantes Saavedra, el más ilustre escritor español fallecido en 1616, y que el historiador Fernando Prado Pardo-Manuel de Villena busca con denuedo desde abril de 2010.

Las religiosas, acostumbradas a la tranquilidad del retiro, temen que las obras perturben la paz que precisan para sus oraciones y actividades litúrgicas y han solicitado que los trabajos de búsqueda del autor del Quijote se pospongan al menos hasta después de las fiestas de Navidad. No es la primera vez que las trece monjas de clausura se resisten a esta empresa. A principios de año fue la priora del convento, sor Amada de Jesús, la que mostró a través de una carta su más enérgica oposición a que las máquinas entrasen en la capilla que en 1606 comenzó a construir en pleno Barrio de Las Letras de Madrid Francisca Romero Gaitán, hija de Julián Romero, general de los ejércitos de Felipe II en Flandes.

"Después de cuatro siglos, déjenle descansar en paz", instaba la priora monacal, quien precisaba en la misiva dirigida a Fernando Prado que ella solo había autorizado "la primera fase de estudio con el georradar" de la capilla para tratar de localizar la tumba de Cervantes, que supuestamente yace junto a su esposa, Catalina de Salazar, fallecida una década después que el maestro de las letras. "Como comprenderá", proseguía la religiosa, "esto ni es una playa ni un campo abierto", por lo que rogaba a los responsables del proyecto de recuperación del nicho a que se lo "pensasen bien antes de dar ningún paso".

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Fernando Prado asume con resignación y comprensión las quejas de las monjas. "No pasa nada por esperar un poco más", comenta conciliador en un intento por calmar a las religiosas. "Lo único que tenemos que hacer en esta nueva fase de la búsqueda es desmantelar el suelo de madera que cubre los nichos de la capilla para llegar al piso original que se puso en el siglo XVII", explica el historiador que confiaba en haber terminado los trabajos el pasado mes de septiembre.

Los expertos harán pequeños agujeros en los lugares que ya han certificado como enterramientos para introducir una minúscula cámara endoscópica y dilucidar cuántos cuerpos y de qué tipo yacen en esas sepulturas. "No tiene por qué ser difícil ni engorroso concluir esta empresa", insiste Prado tras años soñando con encontrar a Cervantes para darle un funeral de Estado.

La idea de hallar los huesos del genial escritor surgió en 2010 en un bar de la zona madrileña de Moncloa, donde el historiador y Luis Avial, experto en el manejo del georradar, vislumbraron las posibilidades que brindaba este moderno artilugio a la arqueología. "Existen multitud de tumbas de personajes históricos perdidas", le espetó Avial sin darse cuenta de que con ese comentario sin intenciones encendía la quijotesca imaginación de Fernando Prado. Desde ese momento no hubo marcha atrás para el historiador, que se ha afanado sin descanso en encontrar la de Cervantes para poder conmemorar en 2016, "como el genio se merece", el cuarto centenario de su muerte.

La localización del supuesto nicho que ocupan el escritor y su esposa se reveló el pasado mes de agosto, cuando el georradar de Avial detectó cinco diferentes puntos con estructuras funerarias en un reducido espacio de 78 metros cuadrados de la capilla.

Durante la inspección del recinto religioso aparecieron otras seis zonas de enterramientos, pero vacías.

La investigación del subsuelo apuntó una rigurosa hipótesis acerca de dónde estaría la ilustre tumba: a un metro de la calle Lopez de Vega, bajo 35 centímetros del suelo del la Iglesia-convento de Las Trinitarias y en un ataúd doble. Ahora solo queda certificar esta teoría con unos trabajos que, según promete Fernando Prado, no perturbarán la paz en el convento que custodia los restos de la mayor gloria de las letras españolas.

"Tenemos muy claro lo que buscamos", prosigue el historiador. Cervantes, revela, descansa en un ataúd pequeño, con el hábito de franciscano y un crucifijo de madera. El cadáver del escritor nacido en 1547 en Alcalá de Henares que llegó a la Corte en 1606 y que falleció a los 69 años, un 22 de abril para ser enterrado el 23, tras participar en la Batalla de Lepanto y permanecer más de una década de cautiverio en Argelia, tiene además que presentar las huellas de un grave impedimento en el brazo izquierdo, dos arcabuzazos en el pecho y signos de haber padecido cirrosis. Junto a él estarán los restos de su esposa.