Aquellos que hayan visitado París en los últimos años, sabrán sin duda que los tópicos itinerarios turísticos de la ciudad del Sena se han ampliado con los escenarios esotéricos incluidos en la celebérrima novela El código Da Vinci, significadamente la catedral de Notre Dame. Otro de los vetustos enclaves de la cristiandad que ha estado siempre rodeado de una similar aura misteriosa, especialmente en las fechas navideñas, es la basílica de San Juan de Letrán en Roma, la iglesia más antigua del mundo, que fue el centro neurálgico de los sucesores de San Pedro hasta el traslado de la Santa Sede al Vaticano en el siglo XIV. Allí yace en una imponente tumba el pontífice Silvestre II, también conocido como el Papa Mago o el Papa Druida.

Este fascinante personaje es uno „el segundo„ de los dos primeros papas que ostentaron el nombre de San Silvestre, ambos vinculados por la tradición a un dominio de la magia. El primero, San Silvestre, da nombre en el santoral a la noche de fin de año. Una de las dos noches del año, con la de San Juan en junio, en la que los poderes sobrenaturales abren sus puertas. San Silvestre murió el 31 de diciembre de 335 y desde entonces esa fecha se convirtió en su homenaje.

Todavía hoy se llevan a cabo celebraciones en su nombre en el todo norte de España, sobre todo en Galicia, donde se considera una noche meiga, en muchos países latinoamericanos y especialmente en Alemania, donde la Nochevieja todavía es conocida con el nombre del santo. Es tradición en dicho país tras la cena de fin de año predecir el futuro mediante la cera de las velas, quizás en recuerdo al carácter de adivino y mago que se le atribuyó en la Edad Media a la figura de San Silvestre.

San Silvestre ostentó el papado en el siglo IV; una época bastante relevante dentro de la historia del cristianismo, ya que fue la que vio el fin de las persecuciones a los fieles de Cristo. Se dice que fue San Silvestre quien bautizó al emperador romano Constantino, abanderado de la expansión de la doctrina cristiana en todo el mundo occidental.

El segundo y el más enigmático, Silvestre II, llamado el Papa Mago o el Papa Druida porque se le atribuía haber sido formado por los últimos sumos sacerdotes celtas, avisa desde su tumba en San Juan de Letrán de la próxima muerte de un pontífice. Es el único pontífice, junto con Juan Pablo II, que lideró la Iglesia a caballo de dos milenios. Gerberto de Aurillac, que así se llamaba Silvestre II, fue el primer pontífice francés y ocupó el sillón de San Pedro en el año 999, en plena efervescencia del terror milenarista que predecía el fin del mundo. Silvestre II era un hombre de inusuales pasiones científicas que había aprendido olvidados saberes de la antigüedad clásica en las tolerantes cortes de los califatos de Córdoba y Sevilla. Fue allí, con los árabes, con los que llegó a convertirse en un experto astrónomo y matemático, algo que en la Europa cristiana de aquellos años no solo era atípico, sino mal visto. Fue el tutor del hijo del emperador de Alemania y además introdujo en Francia el sistema decimal y el cero. Construyó uno de los primeros globos terrestres y se le atribuyen unas cabezas parlantes que respondían a lo que se les preguntaba e incluso predecían el futuro, por lo que pronto empezaron a correr rumores de que practicaba la brujería.

Se decía que mientras él nacía en Francia, a miles de kilómetros un gallo cantó tres veces y se escuchó hasta en Roma. También se contaba que de niño había vivido en una cueva como un temible ermitaño de quien había heredado los perdidos poderes mágicos de los druidas celtas. Y que cuando tenía 12 años unos monjes lo vieron tallando una rama para hacerse un tubo con el que observar las estrellas, y se lo llevaron a estudiar a la abadía. Todo esto le granjearía la abierta enemistad de un sector de la Iglesia que llegó a acusarlo de pactos con el demonio. En los antiguos códices guardados en catedrales y museos pueden encontrarse grabados en los que se representa a Silvestre II en compañía de Satanás.

La tumba de Silvestre II en San Juan de Letrán es según algunos expertos en sociedades secretas un enclave en el que se celebran discretos ritos esotéricos, especialmente en las proximidades del 31 de diciembre, ya que se le vincula al poder mágico de la última noche del año, al igual que su antecesor San Silvestre. La leyenda dice que no está solo en el sarcófago de mármol. Se cuenta que yace con una mujer con la que vivió amancebado, convertida para sus detractores en un demonio femenino, un súcubo, que el Diablo le había impuesto como vigilante. Publicaciones especializadas en el hermético universo vaticano llegaron a sugerir que existen pasadizos subterráneos desconocidos en el antiguo templo en los que se reunirían desde tiempos inmemoriales miembros de sociedades secretas para la celebración de ceremonias relacionadas con el culto al solsticio de invierno , una de las referencis mágicas claves del misticismo druídico.

El misterio que simple ha rodeado a su tumba saltó a un primer plano de interés en los últimos años de Juan Pablo II, con quien comparte el privilegio único de haber sido Papa en dos milenios, cuando el experto vaticanista José Manuel Vidal desveló en su libro Habemus papam que un sacerdote coruñés destinado en la Secretaría de Estado del Vaticano, Ignacio Souto, tenía la oculta misión de detectar la señal de la muerte del papa polaco en el sepulcro del Papa Mago.

Souto acostumbraba a llegar hacia el mediodía a la monumental basílica romana, que acogió cinco concilios ecuménicos y fue residencia papal hasta el año 1304, y se dirige a un sencillo sepulcro de mármol blanco en el que figura la inscripción latina Silvester Secundo MCMIX. Confundido con otros visitantes, el sacerdote con aspecto de ser un turista más se acerca a la tumba en medio del barullo y palpa el mármol cuidadosamente con las yemas de sus dedos. Repite la operación meticulosamente, esta vez con un pañuelo. A continuación, se agacha discretamente y pega la oreja al sepulcro. Lo que Ignacio Souto perseguía entonces en la tumba del papa Silvestre II por orden del cardenal Sodano, según José Manuel Vidal, es algo que muchos consideran simples patrañas y cuentos curiales, pero que "ciertos altos cargos del Vaticano, entre ellos el entonces secretario de Estado Sodano, saben por experiencia que nunca ha fallado".

La tumba de Silvestre II exuda según la tradición cuando se avecina la muerte del Papa reinante. El sepulcro desprende una especie de sudor acuoso y los huesos que hay en su interior se remueven, provocando un ruido muy especial. "Sodano era todavía un joven diplomático dispuesto a hacer carrera, como Ignacio Souto, cuando tocó con sus propias manos la tumba de Silvestre que sudaba, A los pocos días, moría Pablo VI. La muerte de Juan Pablo I le cogió desprevenido, pero uno de sus colaboradores le aseguró que la tumba también había sudado, que los huesos se habían movido de una forma exagerada y que incluso algún sacristán de la catedral confesó oír tristes lamentos ahogados por el dolor precedentes del interior de la tumba", afirma José Manuel López Vidal, periodista, escritor y licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, buen conocedor de los entresijos de la Iglesia, que lleva 25 años ocupándose de temas eclesiásticos.

"Para alguien ajeno a los entresijos del Vaticano puede parecer absurdo que se dé crédito a algo semejante, y si se pregunta a la Curia, lo negarán, pero este tipo de cosas medio proféticas tienen mucho peso en Roma porque forman parte de su tradición. Desde siglos atrás, la tumba de Silvestre ha avisado de la muerte del Papa reinante y parece que hasta ahora su vaticinio siempre se ha cumplido, aunque la Iglesia nunca lo admitirá oficialmente", asegura Vidal.

Los enigmas que rodean a la enigmática figura de Silvestre II volvieron a ponerse de actualidad con la publicación en 2008 del thriller histórico El papa mago, del escritor Miguel Ruiz Montáñez. "Todavía ese ritual se mantiene y los obispos acuden a su tumba para ver qué vaticina el Papa Mago", asegura el autor. "Silvestre II fue testigo y partícipe del cambio de milenio, una época oscura y terrible, que marcó a un hombre con fama de sabio nigromante", relata el también autor de La tumba de Colón. Matemático, inventor, teólogo y filósofo, de Silvestre II "incluso se llegó a decir que había llegado al trono de San Pedro gracias a un pacto con el diablo". En vida, la fama de este Papa llegó a ser tan turbia que, cuando murió, él mismo dejó escrito que "su cadáver fuera cortado en trozos y que no fuera enterrado en lugar sagrado", deseo que finalmente no se cumplió.

A ambos pontífices llamados Silvestre „un nombre con poco pedigrí en la lista papal, ya que solo hubo otros dos y fueron antipapas„ se les asocia con los rituales esotéricos del 31 de diciembre, la cara oscura de la Nochevieja. En el rico epistolario del artista e intelectual coruñés Luís Seoane figura una curiosa carta al escritor William Shand en la que relaciona las brujas del Macbeth shakespeariano con las meigas gallegas, todas ellas "envueltas en la niebla y la noche". "Solo un día del año las brujas gallegas montan en sus viejas escobas y marchan hacia el aquelarre en el Mediterráneo „relata Luís Seoane en su misiva„ y eso ocurre cada Fin de Año, la noche de San Silvestre".