Se ve sonriente. Feliz. Una adolescente con brackets y las puntas del cabello caoba que quiere ser diseñadora de moda. Algún día. Patricia tiene 14 años y es la segunda menor transexual que logra un cambio legal de nombre en Galicia. Apenas hay unas quince aprobadas en España.

Aparece en el porche de un chalé de la localidad pontevedresa de Nigrán. Su historia es un capítulo de la disforia de género: un trastorno que afecta a uno de cada diez mil niños que nacen con un sexo distinto del que marcan los genitales. Pero sobre todo, es la vivencia de una familia valiente, un padre comprensivo y una madre luchadora que abordaron desde el principio con naturalidad y cara a cara la realidad de una niña distinta.

“Recuerdo que desde pequeña, por casa, me ponía ropa de mujer”, reconoce la menor, recién nacida al mundo civil como Patricia López-Carcedo Fernández. Su madre, Soledad Fernández, ratifica el testimonio: “Con cuatro o cinco años nada más llegar del cole, quería vestirse de princesa”. Pelucas improvisadas, poses fotográficas... y un sinfín de pequeños detalles daban cada vez más consistencia a una personalidad incorformista.

“Para nosotros siempre fue algo natural. Yo viajaba muchísimo y, sinceramente, me daba igual regalarme un camión que una muñeca y que normalmente era lo que me pedía”, reconoce el padre de la adolescente, Carlos López-Carcedo. Reunidos con sus enérgicos perros en su finca residencial de Nigrán, la familia habla con naturalidad de la situación. Al poco tiempo llega Eugenio de la autoescuela, el otro hijo del matrimonio formado por Carlos y Soledad, y hermano mayor de Patri. Con solo 14 meses de diferencia de edad, el chaval ha vivido de cerca todo el proceso de su hermana y también demuestra una aceptación natural. Lo de él son las motos.

Su hermana Patricia realizó lo que se conoce como “tránsito social” hace ya varios cursos, cuando tenía 12 años, en 5º curso de Primaria. No solo a escondidas y en casa; abiertamente, la menor se vistió con falda. Atrás —y por delante— quedaban insultos y chascarillos. Incluso una pintada en una pared: “Patricio, travesti”. “No son niños de mi clase”, defiende la chica, valiente. “La verdad es que me da igual”.

“Yo voy con Patri a todas partes y no siento ningún prejuicio”, asegura su padre, “pero hay familias que lo consideran una desgracia, aún está estimagtizado y hay que entender que es algo educacional y hay quien no lo entiende o no sabe encajarlo”.

“¿Cómo lo voy a afrontar? Es mi hija”, añade Soledad Fernández, en relación a casos en los que los que el entorno se avergüenza o reniega del familiar transexual. “Es muy complicado y hay que ponerse en la piel de cada padre. Hay casos en los que los menores se sienten rechazados y no salen de casa, ni de su habitación; estamos hablando de una tasa de suicidio altísimo”, comentan. “Es importante que el niño o niña sepa quién es y cuanto antes se entienda y acepte, mejor. Si al menor le apoya la familia, está incluida y se siente aceptada, tiene la mitad de la batalla ganada”, razona Soledad Fernández.

Ambos progenitores decidieron dejar que la joven se presentase con la opción de nombre sentida y fuese al colegio como la niña que es en una edad bastante temprana. Hablaron con los docentes y les pidieron que la tratasen como mujer. Todo lo demás llegó poco a poco. Pediatras, psicólogos y endocrino se encargaron de hacer un seguimiento. Patri también es actualmente la única chica menor con disforia de género en Galicia que lleva la sanidad pública y que sigue un tratamiento con bloqueadores hormonales que, cuanto más precoz, mejores resultados da. Cada mes recibe una inyección: “No hay tantos estragos que subsanar después y el niño o niña está más feliz. Usando bloqueadores se detiene el desarrollo. Evitamos que salga la nuez, vello facial y crezcan los genitales, de la misma forma que si es una chica se detiene la menstruación”, explica Soledad Fernández.

Este tipo de tratamiento debe aplicarse en los inicios de la pubertad y paraliza el desarrollo es reversible. Por tanto, da al menor tiempo para madurar y decidir si se arrepiente o si quiere seguir adelante y recurrir a una reasignación definitiva de sexo, usando hormonas cruzadas y cirugía.

“En realidad, fue mi orientadora quien me recomendó que fuese al baño de niñas y mis compañeras se lo tomaron bien”. La madre, Soledad Fernández, ensalza el buen trato recibido en el CPI de Panxón que “se portó de maravilla” y ya que en algunos otros casos que conocen de cerca los hechos no fueron tan bien entendidos en el centro escolar. De hecho, entre los testigos que tuvieron que presentar en el Juzgado para lograr el cambio de nombre, acudió la orientadora escolar.

“Me ayudó mi pediatra, que me preguntó si quería ser Patricio o Patricia. Yo le expliqué que quiero ser Patricia y di el paso al tránsito social”, explica la menor ante la atenta mirada de sus padres. “Un día que volvía del colegio mi padre me explicó que habían encontrado una asociación que ayudaba a los menores en el cambio de nombre y me puse muy contenta. Había pensado que tendría que esperar hasta los 18 años”.

Entre los hechos más embarazosos, la joven recuerda que en Primaria fue a un intercambio a Manchester, al Reino Unido. “En mi tarjeta de embarque, pasaporte y demás ponía mi nombre de chico y a la excursión venían alumnos de otro colegio, así que estuve todo el viaje ocultando mi documentación para evitar que se riesen de mí y se burlasen”, relata.

Patri cuenta los días para que lleguen los 18 años. Cuando los cumpla, se operará, dicen convencidos. Eso sí, tendrá que ir a operarse fuera de Galicia, en una clínica privada. Pero otro ecuador en la vida de Patri —asegura— será hoy. Es el día en que públicamente, cuenta que Patri ha elegido ser Patricia para siempre.