Orgullosa y emocionada, la familia de Ángel Sanz-Briz (1910-1980) prepara con minuciosidad el viaje a Budapest para participar en el acto municipal que en octubre dará una calle de la capital húngara al diplomático español que a finales de la II Guerra Mundial salvó a miles de judíos de la barbarie asesina nazi. La Junta Municipal de Budapest acordó este reconocimiento el pasado mes de abril y decidió por unanimidad que la actual avenida Jégtör, en el distrito 3 de Buda y muy cerca del Danubio, pase a llevar el nombre del embajador zaragozano testigo horrorizado pero no impasible de uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad.

Casi 600.000 judíos exterminados en poco más de un año, una media de 1.600 al día, fue el macabro balance de la barbarie nazi en Hungría, a la que Sanz-Briz y el sueco Raul Wallenberg hicieron frente de forma decida y sin miedo para salvar a miles de hebreos de las cámaras de gas ideadas por Adolf Eichmann.

Sanz-Briz murió en 1980 en Roma como embajador de España ante el Vaticano. La suerte de Wallenberg es aún hoy una incógnita. Apresado por los soviéticos tras la toma de Budapest, el diplomático sueco fue encerrado en un campo de concentración y nunca más se supo de él. La historia de estos dos héroes que lucharon en silencio contra las atrocidades nazis cobra fuerza tras años de silencio al cumplirse el 70 aniversario del final de la II Guerra Mundial. Budapest, la ciudad de los balnearios, dedicará agradecida una de sus majestuosas calles al representante del régimen franquista que burló con ingenio y valentía a los crueles líderes de las milicias del III Reich y de la Cruz Flechada, los nacionalistas húngaros que se sumaron con un sadismo sin límite a la locura genocida de Adolf Hitler.

Inteligente, audaz, metódico y muy simpático es como recuerdan los cinco hijos de Sanz-Briz a su padre. "Todo un carácter maño", asegura Ángela Sanz-Briz (Roma, 1952). Había comenzado su carrera en 1933 en El Cairo poco antes de casarse con Adela Quijano, con quien se trasladó en 1942 a Budapest donde nació la primera hija del matrimonio, Adela, en junio de 1943. "Hungría era un oasis de paz en medio de la II Guerra Mundial", rememora Ángela, pero todo cambió el 19 de marzo de 1944, cuando los nazis, aun sabiendo que tenían la contienda perdida, entraron con los tanques en la capital húngara. El propio Adolf Eichmann se trasladó a Budapest para supervisar los planes de exterminio de la comunidad judía del país en el que aún hoy se alza soberbia la segunda sinagoga más grande del mundo.

"Mi padre no se lo pensó dos veces y mandó a mi madre, que estaba embarazada de Paloma, y a mi hermana Adela de vuelta a España", relata Ángela. Subió a las mujeres a un tren que las dejó en Hendaya. El viaje separó al matrimonio que apenas tuvo comunicación durante los meses en los que Sanz-Briz se dedicó en cuerpo y alma, ayudado por los colaboradores de la precaria embajada española, todos judíos, a combatir el Holocausto. "Era difícil saber qué pasaba en una Europa en guerra y tan solo se pudieron cruzar un par de cartas", afirma la cuarta hija de la pareja desde su casa de Madrid.

Un derogado real decreto de 1924 promulgado por Primo de Rivera le sirvió a Sanz-Briz, encargado de negocios de la Embajada española en Hungría de tan solo 33 años, como excusa para iniciar su heroica salvación de los judíos. Con este caduco documento que autorizaba la expedición de pasaportes españoles a todos los hebreos que demostrasen su origen sefardí se atrevió a presentarse el joven diplomático español ante los sanguinarios generales de la Cruz Flechada. Tras tensos tiras y aflojas y apelando a la germanofilia del régimen franquista, logró que le permitieran emitir 200 salvoconductos que con imaginación y astucia transformó en miles. Solo 40 o 50 de los judíos que vivían en Hungría eran sefardíes, pero a Sanz-Briz le dio lo mismo y "convirtió" en descendientes de los expulsados por los Reyes Católicos en 1492 a los miles de askenazis que residían en el país.

"Lo primero que hizo mi padre fue dispensar pasaportes familiares y después se le ocurrió hacerlos siguiendo las letras del abecedario: 200 salvoconductos familiares de la A, 200 de la B y así hasta la Z", relata satisfecha Ángela. Las autoridades franquistas guardaban silencio ante tanta osadía.

Nadie le decía nada desde Madrid, a cuyo Ministerio de Asuntos Exteriores, dirigido entonces por Francisco Gómez-Jordana, llegó a enviar en 1944 los planos de campos de exterminio nazi. "Ni le animaron a salvar judíos ni se lo impidieron", asegura su hija, pero es "más que probable" que todos los gobiernos fuesen conscientes de las crueldades de los nazis. "Si lo sabía mi padre con tan solo 33 años, ¿cómo no lo iban a saber el resto de las naciones?", se pregunta.

A pesar de los salvoconductos, los judíos seguían en peligro porque no podían abandonar el país al carecer de pasaporte. Ya casi al final de la guerra los nazis les dejaron claro que o se marchaban o los mataban. "Mi padre decidió entonces alquilar siete edificios en Budapest donde metió embutidas a muchas personas, a las que proporcionaba alimentos y cuidaba de sus niños", relata Ángela. La gesta le costó todo su patrimonio mientras preparaba su huida de Hungría ante la inminente entrada de las tropas soviéticas en el país, en 1945, poco o nada dispuestas a mostrar clemencia con un paisano de los integrantes de la División Azul, creada bajo la consigna franquista de "Rusia es culpable".

Sanz-Briz logró llegar a Madrid a finales de 1944, mientras su gran aliado Wallenberg desaparecía para siempre tras ser apresado por los rusos. "La mujer de Kofi Annan, exsecretario general de Naciones Unidas, es sobrina de Wallenberg y siempre cuenta que cada vez que suena el teléfono en su casa familiar alguien piensa que es para dar noticias de su tío". Es para Ángela un testimonio más de un drama que ha dejado una herida imposible de cicatrizar.

Casi todos los colaboradores de Sanz-Briz en la Embajada de España en Budapest se han esfumado también. La canciller Elisabeth Tourné y su hijo desaparecieron tras la entrada de las tropas soviéticas y el abogado Zoltán Farkas murió alcanzado por una bala perdida. Giorgio Perlasca, el italiano acogido en la legación española por Sanz-Briz, fue el único que logró sobrevivir para rentabilizar posteriormente con todo tipo de engaños la gesta de los demás. "Llegó a reclamar compensaciones al Estado español por lo que decía que había hecho por los judíos", comenta incrédula Ángela. La respuesta de su padre ante estas pretensiones fue contundente: "Todo esto lo hicimos porque quisimos, porque nos dio la gana y porque nadie nos obligó, así que en ningún momento debimos esperar recompensa alguna", escribió atónito Ángel Sanz-Briz.

"Mi padre se fue triste de Budapest", asegura su hija, "y mantuvo durante toda su vida un contenido silencio sobre todo lo que había vivido", continúa. A ese silencio contribuía su esposa, Adela, y los hijos de Sanz-Briz crecieron sin conocer realmente el heroísmo de su padre.

A ese sigilo se sumaron las autoridades españolas, muy bien relacionadas con los países árabes y enfrentadas a Israel, país que llegó a vetar en 1955 la entrada de España en Naciones Unidas. Ocho años después, el Estado sionista nombró a Sanz-Briz "Justo entre las Naciones", expresión del judaísmo para honrar a las víctimas y héroes del Holocausto en cuya medalla versa el "quien salva una vida salva al mundo entero". Franco le prohibió entonces a su diplomático que aceptase la distinción e Israel se le volvió a otorgar en 1989, nueve años después de su muerte.

"Labor recompensada"

Tras la II Guerra Mundial, la familia Sanz-Briz, que ya tenía a Adela y a Paloma siguió creciendo. Pilar nació en San Francisco, siguiente destino diplomático de su padre, Ángela en Roma, donde el embajador aterrizó en dos ocasiones y llegó a presentar en la última las credenciales diplomáticas ante tres Papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, y Juan Carlos en Biarritz, sede del consulado de Bayona. A lo largo de su extensa carrera Sanz-Briz pasó por las legaciones españolas de Londres, Washington, Perú, Guatemala, Nueva York, Holanda, Bélgica y fue el primer embajador de España ante la China comunista.

"La verdad es que hemos tenido una vida bastante agradable", reconoce Ángela, "y ahora que vemos que la labor de mi padre es recompensada y reconocida lo disfrutamos". La hija del embajador prepara ya el viaje a Budapest en el que toda la familia Sanz-Briz celebrará que este apellido de nombre a una de las más grandiosas calles de la capital húngara.