Me he enganchado de nuevo a la serie Perdidos (Canal +). No tengo remedio. Ya sé que Joaquín Sabina dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, pero no lo puedo evitar. Fui muy feliz en la isla de Perdidos, pero he vuelto. Y pienso quedarme todo el tiempo que haga falta. Desde las dos partes del episodio piloto hasta que Canal + emita el larguísimo último episodio. Ahí estaré. No sé si volveré a ser feliz en la isla, pero estoy seguro de que mi estancia y mi relación con los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic Airlines y con Los Otros será diferente.

Decía el filósofo Otto Neurath que los seres humanos somos marineros que tienen que reconstruir en alta mar su barco, sin poderlo desarmar jamás en un dique y rehacerlo con sus mejores piezas. No es así para los fanáticos de Perdidos. Los que hemos vivido los misterios de la isla tanto como Jack y volvemos a ver la serie desde el primer capítulo somos marineros que hemos reconstruido Perdidos en un dique, intentando contestar a las preguntas que quedaron sin respuesta utilizando las mejores piezas que nuestro conocimiento del mundo creado por J.J. Abrams y Damon Lindelof nos puede proporcionar. El propio Lindelof dijo que Abrams y él intentaron construir la serie de forma que quedaran siempre preguntas sin respuesta, porque de esa manera el público será más creativo. Pues lo han conseguido. Volver a ver Perdidos después de desarmarla y rehacerla durante varios años en el dique hace que Perdidos sea, en realidad, una serie diferente. Una vez desarmada, rehecha, reinterpretada, reelaborada, descuajeringada y reformulada, la reposición de Perdidos se convierte en un spin off, es decir, en una serie derivada de Perdidos. Así que Perdidos ya no es Perdidos, sino una serie completamente diferente que nació de Perdidos.

No estoy perdiendo el tiempo con los 121 episodios de Perdidos que ya vi, sino que estoy disfrutando de una serie completamente nueva recién salida del dique. Que no me molesten.