Lejos de haber finalizado, la epidemia del virus del ébola en África occidental se mantiene activa -esta misma semana se detectaron cuatro nuevos casos en Sierra Leona- y con una peligrosa herencia: el estigma al que se enfrentan no sólo los supervivientes sino su familia o quienes trabajaron junto a los pacientes. "Mientras quede un único caso hay que seguir trabajando en la zona y no bajar la guardia porque no hay que olvidar que el brote también comenzó por un único caso", señala la enfermera y delegada del área de movilización social de Cruz Roja España en Sierra Leona, Lucía Benavent, quien añade: "Pero el problema no es sólo la epidemia sino lo que viene después. Este brote ha tenido un gran impacto tanto en las personas como en la economía país". Trabajadores de hospitales que han sido rechazados por su familia o comerciantes que han tenido que cerrar su negocio sólo porque uno de sus parientes tuvo ébola son situaciones habituales hoy en día en los países africanos afectados por el brote que en año y medio se cobró la vida de más de 11.200 personas y superó los 28.100 infectados, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud.

Lucía Benavent, de 33 años, llegó por primera vez a Sierra Leona en agosto de 2014, cuando el brote se encontraba en su punto más álgido y los afectados se contaban a centenares por semanas. Tras volver en dos ocasiones y ahora llevar seis meses seguidos sobre el terreno tiene claro que la situación "ha mejorado" mucho en este periodo. "Ahora la situación está mucho más controlada, pero mientras haya un solo caso hay que seguir trabajando, sensibilizando a la población para prevenir los contagios", explica Benavent, quien asegura que entre los principales avances están el aumento de medios sanitarios y el aprendizaje que ha realizado la población local y que será vital para afrontar un posible nuevo brote en el futuro. "Cuando llegamos sólo había los centros de atención al ébola de Médicos Sin Fronteras, ahora hay muchos más", señala esta enfermera española, quien añade: "Ha sido un año y medio de aprendizaje, ahora la gente local está mucho más preparada para afrontar un brote de ébola o de cualquier otra enfermedad".

Más allá de la asistencia puramente sanitaria -atender a los pacientes, habilitar centros para su correcto tratamiento o dotarles del material (guantes, mascarillas, inyecciones, etc.) del que carecían-, las ONG como Cruz Roja se preocupan por sensibilizar y concienciar a la población, adaptándose a las necesidades de cada momento. "En un principio hubo que sensibilizarles sobre cómo prevenir el contagio, medidas de higiene, adaptar ciertas costumbres que tenían como los enterramientos y que eran un foco de contagios", explica Lucía Benavent, quien reconoce que ha habido grandes avances en este sentido. Y en la actualidad, Cruz Roja centra gran parte de sus esfuerzos en las consecuencias del brote: el estigma y el impacto económico sobre el país.

"Existe un estigma hacia quienes han superado la enfermedad, pero también hacia quienes trabajaron o trabajan con pacientes", explica esta cooperante de Cruz Roja, quien añade: "Una gran mayoría de quienes decidieron trabajar en los centros sanitarios de atención a enfermos de ébola vieron como eran rechazados por su familias, tuvieron que elegir entre ellos o el trabajo. Pero el estigma está en todas partes", señala Benavant, quien reconoce que el rechazo llega incluso a los trabajadores de las ONG. "En la oficina hay quien no quiere darnos ni la mano", resalta. "El país sufrió un gran impacto porque se paralizó el comercio, el traslado de excedente agrícola, etc.", añade el director de cooperación internacional de Cruz Roja A Coruña, Juan Redondo. Por ello, Cruz Roja trabaja en las diferentes comunidades con el objetivo de ofrecer ayuda psicosocial a los afectados por esta discriminación e intentar que puedan rehacer su vida personal y laboral. "La idea es crear una red de apoyo entre personas locales para cuando las ONG nos vayamos de allí. Se forma a los líderes de cada comunidad porque ellos saben las fortalezas y las debilidades de la misma, cómo hablarles, etc.", indica.

Esta joven enfermera reconoce que este año y medio en Sierra Leona le ha cambiado la vida y que ha sido "un aprendizaje diario". "Ha habido momentos duros, pero son retos que tenemos que afrontar y he aprendido mucho", explica Lucía Benavent, quien tiene claro que el trabajo de las ONG en el terreno no ha acabado ni mucho menos y pide a la comunidad internacional que no cierre los ojos: "No solo hay que sensibilizar aquí (por Sierra Leona) sino a toda la población".