La Copa Mundial de Rugby 2015 (Canal + Deportes) que se disputa en Inglaterra (y Gales) es un espectáculo fascinante y completamente diferente a cualquier campeonato de cualquier otro deporte. Por ejemplo, el rugby es un deporte lleno de tradiciones, pero tradiciones buenas, no como la repugnante tradición del Toro de la Vega o la cansina tradición de ofrecer una camiseta con su apellido a Rajoy cada vez que una selección española gana algo. A pesar del peso de la tradición, los partidos de la Copa Mundial de Rugby utilizan la última tecnología para comprobar si el árbitro acertó en su decisión y, si no es así, rectifica y no pasa nada. Parece que el fútbol, que huye de la tecnología como de la peste y solo admite innovaciones casi artesanales como el espray para señalar la barrera en una falta o esos chiripitifláuticos carteles luminosos que o no funcionan, o no se ven o son manejados por el cuarto árbitro con admirable torpeza, necesita de los errores, de las meteduras de pata, de los resultados falsificados por un penalti no pitado o un fuera de juego inexistente. Pero, además, en la Copa Mundial de Rugby pueden jugar Samoa contra Estados Unidos y resulta que la selección exótica es? ¡la de Estados Unidos!

En rugby, la selección favorita siempre es la de Nueva Zelanda, un país que existe más allá de Peter Jackson y El señor de los anillos. Antes de cada partido, los jugadores neozelandeses (también los de Samoa, Tonga y Fiji), con uniforme completamente negro, escenifican el Haka, una danza de guerra maorí con la que intimidan al equipo rival, que es algo parecido al grito de guerra ululante con el que los espartanos avanzaban antes de una batalla, mientras clamaban a Ares. Creo que la Liga de fútbol española, abarrotada de tradiciones grotescas que incluyen el engaño a los árbitros considerado como una de las bellas artes, las celebraciones de los goles insoportablemente pijas o la pérdida continua de tiempo después de cada incidencia, necesita que la selección de Nueva Zelanda se pase por aquí para intimidar un poco a los Ronaldo, Neymar y compañía. Una ración de All blacks tendría el mismo efecto en el fútbol que una visita de Astérix y Obélix a un campamento de legionarios romanos. Y sin poción mágica.