Ya tienen su día. Y se lo merecen. Su vida no es fácil y pocos les entienden? salvo si se encuentran en la misma situación. No es justo que tengamos que sufrirlo para comprenderlo. Simplemente, piensa un momento. ¿Quién se encarga de los que no pueden cuidarse solos? ¿Qué pasa con su vida al dedicar cada minuto a otra persona? Y muchas otras preguntas que podemos hacernos al pensar en ellos, l@s cuidador@s, que suelen ser del género femenino.

El diagnóstico de ciertas enfermedades incapacitantes como el alzhéimer, párkinson, esclerosis, etc..., es devastador tanto para el enfermo como para sus familiares, quienes se verán obligados a cuidarlo denodadamente. Lo mismo sucede con los cuidadores de enfermos deprimidos o pacientes cardiovasculares, que soportan una pesada carga. El perfil suele ser el de mujeres de mediana edad con achaques propios que, a su vez, han de encargarse del cuidado de enfermos crónicos de los que son las únicas responsables. A medida que el tiempo pasa y los enfermos empeoran, las cuidadoras, en un porcentaje de hasta el 20%, sufren una patología denominada en los Estados Unidos -ya desde principios de los años 70- burn-out o síndrome del cuidador quemado.

Son mujeres que tienen que asumir una situación vital que no desean y para la que no están preparadas, viéndose obligadas a renunciar a su estilo de vida, a su trabajo, a su independencia, etc..., para hacerse cargo de enfermos -generalmente incurables- que empeoran día a día a pesar de su esfuerzo.

Con el paso del tiempo, desarrollan un estrés crónico y continuo que no se reduce en ninguna de las 24 horas de todos y cada uno de los días de todos los años que dura el proceso. Este síndrome se caracteriza, a nivel psicológico, por sufrir desmotivación, depresión, ansiedad, angustia, apatía, cansancio, fatiga, despersonalización, hipocondría, tendencias suicidas, desinterés, sentimientos negativos hacia el paciente, irritabilidad, etc..., y a nivel físico, por el padecimiento de jaquecas, gastritis, insomnio, dolores osteomusculares, problemas respiratorios, arritmias, palpitaciones, vértigos, alergias, etc..., todos ellos psicosomáticos y que no suelen ser consultados a los especialistas.

El mayor problema surge cuando el enfermo padece una demencia profunda, alucinaciones, delirios, agresividad, incontinencia, estados terminales de la enfermedad o cuando su dolencia impide el descanso nocturno del cuidador. A ello se une la existencia de cuidadores con enfermedades previas, ancianos, escaso conocimiento de la patología que deben tratar, sin parientes o amigos, bajo nivel económico o carencia de ayuda social.

El tratamiento es imprescindible para recuperar funcionalmente al cuidador y evitar que la situación acabe descontrolándose (se han dado casos de cuidadores desesperados que han acabado con la vida del enfermo y con la suya propia). Se recomiendan varias medidas preventivas y/o paliativas como terapia, denominada por los expertos, "cuidar al cuidador":

-Practicar técnicas de relajación como yoga o taichi, incluso recibir un masaje.

-Aceptar la situación en la que se vive y comprender que tienen un límite.

-Buscar tiempo para uno mismo sin sentirse culpable por ello.

-Reconocer que la situación nos desborda y precisamos ayuda de los demás para hacer frente a la actividad diaria.

-Acudir a un especialista para tratar los signos personalmente detectados que deben ser valorados y tratados adecuadamente.

-Mantener una actitud positiva pero realista sobre la enfermedad, conocerla y aceptarla.

-Delegar tareas y responsabilidades en parientes o personas contratadas para ello, para tener un poco de vida propia.

-Cuidar los hábitos alimentarios, el descanso, la actividad física, etc... para aumentar nuestra fortaleza.

-Relacionarse con los demás y hablar de cosas cotidianas para no pensar continuamente en lo que hay en casa.

-Decir no al enfermo cuando sea necesario. Debe mantener su independencia en lo que pueda y no permitírsele abusar de la situación.

-Priorizar las tareas y dejar un tiempo para el ocio personal diario, sin excusas.

-Expresar los sentimientos positivos y negativos sin miedo ni culpabilidad. Lo normal es que nos enfademos por la situación. Hablar de ello y escuchar a los demás permite un desahogo que ayuda a seguir adelante.

Recomiendo acudir a un especialista al menor signo de ansiedad, ya sea un psiquiatra, psicólogo o médico, pero nunca automedicarse. También es útil asesorarse con los grupos de apoyo a familiares o los específicos de cada enfermedad. No te sientas culpable por nada. Eres imprescindible y no estás bien valorad@ .