María Luisa Vilela Rodríguez tiene 82 años y dispone del servicio de teleasistencia de Cruz Roja en su casa desde 1999. Decidió ponerlo porque sus hijos están fuera y ella vive sola, aunque nunca ha tenido que utilizarlo por una emergencia, pese a haber sufrido varios infartos. "Cuando me ha pasado algo grave, estaba siempre acompañada, por eso no tuve que llamar a la teleasistencia. Pero me da una seguridad tremenda", recalca María Luisa, quien además tiene problemas de vista (degeneración macular), por lo que cuenta, también, con la ayuda de una voluntaria del Concello de A Coruña, que pasa una vez a la semana por su vivienda para ayudarle a hacer la compra. "Aunque me han operado, de un ojo apenas veo, por lo que no puedo salir sola de casa, siempre lo hago con alguien", señala.

Esta argentina, que lleva 25 años afincada en A Coruña, destaca el "excelente carácter" de todas las personas, tanto trabajadores como voluntarios, que se encargan de la teleasistencia de Cruz Roja. "Son cariñosísimos, y están muy pendientes de que todo vaya bien", apunta. "Una vez al mes, vienen por aquí para comprobar que tanto el medallón como el teléfono funcionan perfectamente, que la alarma que emiten se escucha en toda la casa, y para ver qué tal estoy y hacerme un poco de compañía. Y también me llaman con frecuencia", añade.

María Luisa siempre ha sido una mujer independiente. Dejó Buenos Aires hace un cuarto de siglo, después de enviudar, y recaló en A Coruña casi por casualidad. "Fue el destino", comenta, sonriente. "Estaba de viaje aquí y vi que sacaban varias plazas de profesores para impartir talleres en los centros cívicos, que empezaban a funcionar, y como soy licenciada en Bellas Artes no me lo pensé. En mí país no se puede vivir, no es seguro, hay muchísima corrupción", destaca.

Durante años, María Luisa se encargó de dar clases de manualidades a personas mayores, gente de la que asegura "haber aprendido muchísimo". Le encanta leer y ver películas o debates sobre temas de actualidad en televisión, pero con lo que más disfruta es hablando con sus nietos por Skype, demostrando que las nuevas tecnologías no se le resisten. De ahí que la teleasistencia le resulte pan comido. "Es sencillísimo. Con llevar el medallón colgado al cuello, o en el bolsillo, y pulsar el botón rojo si tienes algún problema, ya está. Da igual la hora que sea. Siempre están ahí para ayudarte", concluye.