-Y usted, ¿tuvo algún maestro que le marcara especialmente?

-Yo era un niño bastante tímido y no me atrevía ni a intervenir en clase. Me gusta recordar a Don Dionisio, que me hizo amar la Lengua Española, pero también tuve una maestra que me hizo odiar las Matemáticas... Y tengo muchos compañeros que son mis faros, por lo que me siento un privilegiado. Una niña de 10 años me dijo: 'Yo creo que a ti te mantenemos la creatividad nosotros'. Y es la pura verdad.

-Seguro que se ha encontrado con padres a los que les parezca mal su filosofía, que deseen para sus hijos una educación más tradicional...

-Sí, claro, pero yo creo que los maestros tenemos que tener la mente abierta. Yo fui un maestro duro e inflexible y, echando la vista atrás, me di cuenta de que los castigos no eran más que una proyección de mi propia frustración y ninguno funcionó. Sí funciona, sin embargo, hacer a los niños sentirse importantes y que sean ejemplo para el resto de la clase. Los maestros no tenemos todo aprendido y vamos mejorando gracias a nuestra propia experiencia.

-En estos diez meses ha sustituido las aulas por las salas de conferencias y llena como si se tratara de un músico o un actor. ¿Le atrae esta nueva vida?

-Hay gente que se cree que me ciegan los focos, pero para nada. Me alegro de poder transmitir lo que pienso y que eso ayude a otras personas pero tengo muchas ganas de volver a mis clases, que es lo que más me gusta hacer y, en cuanto finalice mi excedencia, allí volveré. Eso lo tengo muy claro.