Inexplicablemente, hay vídeos que se vuelven virales en la Red. Como ese reciente en el que un cocinero prepara una simple cebolla. El tío la parte en dos, la pela, la trocea, la echa en una cazuela y la sofríe. Ya está. Los movimientos son precisos, hechos con esa naturalidad fruto de la práctica, pero nada del otro mundo. Antes, cuando los programas de cocina eran una curiosidad como podían ser los espacios de bricolaje, y no una plaga como son ahora los reality shows, resultaba entretenido ver estas sencillas muestras de habilidad.

Ahora queremos florituras culinarias, saltimbanquis de la cocina, dobles piruetas con tirabuzón sobre un lecho crujiente de blablablá. El vídeo de un cocinero cortando cebolla no debería ser viral, pero el de Karlos Arguiñano lo es.

Pasa como con El barco, aquella serie de misterio y ciencia ficción que Antena 3 emitió hace pocos años.

Hay una escena anodina que está recibiendo cientos de miles de visitas en la web. ¿Por qué, si ni siquiera trocean una cebolla? Primero, porque para captar al público juvenil, El barco tuvo un reparto integrado por unos jóvenes elegidos por su talento artístico, y porque, casualmente, estaban macizorros y macizorras. Segundo, porque el guion oportunamente exigía constantes escenas de bañador y bikini, y, en la web el fotograma inicial de aquel fragmento enseña tanta carne que parece lo que no es.

¿Es Arguiñano un joven macizorro? ¿Cocina en bañador? ¿Su escena se hizo viral porque enseña mucha carne? Nada de eso. Arguiñano se limitó a contestar a la pregunta retórica "¿Esta invasión de emigrantes y de refugiados es todo trigo limpio?", formulada hace días por el arzobispo Antonio Cañizares.

Le señaló algo que no se atrevió a decir ninguno de los programas religiosos que todos pagamos en la tele pública: "¡Qué todavía haya quien diga que esta gente es sospechosa! Sospechosos son los que dicen que estos son sospechosos. Ya me habéis entendido, ¿no?". Sí, don Karlos: contigo, palabra y cebolla.