Las colecciones crucero, uno de los escasos reductos de lujo que quedan en las pasarelas mundiales, irrumpen este año con propuestas que se adelantan a las que triunfarán el próximo verano. Los vestidos de corte baby-doll, los pantalones de gasa, detalles de cuero y sandalias reducidas a la mínima expresión, constituyen algunas de las claves de modelos que nacieron para una elite que aprovechaba los inviernos para viajar a zonas más cálidas para huir del frío y de la lluvia de ciudades como Nueva York o Boston, y que desde hace unos años, están de plena actualidad.

Y el cambio climático es uno de los factores que favorecen el éxito de estas colecciones, menos gruesas que las de invierno y menos ligeras que las de verano. A ello se une ese sentido de la inmediatez que impera en la moda. Ya no vale seguirla, hay que adelantarse a lo que se lleva.

En esas están firmas como Louis Vuitton, con un desfile celebrado en la antigua casa de Bob Hope, en Palm Springs con prendas de aire muy setentero, a juego con la mansión modernista construida en 1973 por el arquitecto John Lautner, sin duda el marco ideal para lucir complementos como los pequeños bolsos cajita diseñados por Nicolás Ghesquière.

Su colega Raf Simons presenta para Dior una colección crucero 2016, puesta de largo en el Palais Bulles (Bubble Palace, el Palacio de las Burbujas) diseñado por el arquitecto Antii Lovag, propiedad de Pierre Cardin, quien fue diseñador de Dior a finales de los años 40. La colección oscila entre suaves y largos vestidos para mujeres calzadas con zapatillas deportivas, y las chaquetas de cuero en color jengibre y verde musgo. El toque dulce lo pomen las cadenas de flores azules que acompañan a vestidos blancos, y margaritas bordadas en zapatos negros de aspecto tosco y divertido.