En esta vida solo hay dos tipos de personas: las que van viendo semanalmente los capítulos de sus series favoritas a medida que se van emitiendo, y los que esperan a que terminen de emitirse todos los episodios de una temporada para verlos después con la frecuencia que cada uno elija. No hay más vuelta de hoja. No hay término medio. No hay mejor clasificación. ¿Te encanta Fargo y justamente por eso estás esperando cada semana a que esté disponible el nuevo capítulo para zampártelo en cuanto puedas? Eres del primer tipo. ¿Te encanta Fargo y justamente por eso no ves el día de tener a tu disposición la nueva temporada enterita para encerrarte un fin de semana y devorarla de un bendito atracón? Eres del segundo tipo. Y esta decisión dice más de ti que ninguna otra. Habla de cómo te educaron tus padres, de qué tipo de carácter tienes, de cómo vives tu vida sexual, hasta de si te gusta la tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla.

Unos y otros se miran con recelo y un puntito de lástima. Los primeros no conciben cómo es posible que los segundos no estén viendo todavía la sexta temporada de The walking dead y les toca un poco las narices no poder comentarla en los bares para no destripársela. Los segundos no entienden qué sentido tiene la vida si no te puedes dar el gustazo de ver la emocionantísima escena con la que termina cualquier capítulo de The walking dead y dar inmediatamente al play del mando a distancia para ver cómo se resuelve en el siguiente episodio sin necesidad de esperar una semana. Como tantísimas otras reliquias del pasado, esta discusión desaparecerá de nuestras vidas para siempre en cuanto las plataformas como Netflix o Yomvi copen el consumo de películas y series en televisión, y los capítulos dejen de tener una periodicidad, un día y una hora de emisión. Pero hasta entonces seguirá siendo el tajo que separa a la humanidad en dos, la metáfora de todas las disputas civiles, el mayor indicio de incompatibilidad matrimonial en una pareja.