Tras dar clase en todos los niveles educativos „desde Infantil hasta centros de FP o de adultos„ y conocer la experiencia de otros profesores que habían trabajado en centros penitenciarios, la lucense Teresa Fernández no dudó en presentarse a las plazas que la Consellería de Educación convocó para impartir clase en una prisión. Ahora, cuando hace casi ocho años que es profesora en la cárcel de Teixeiro y cuenta ya con plaza definitiva, asegura sentirse "muy cómoda y a gusto" con su puesto. "Hay docentes que pasaron de forma temporal y no les convenció porque prefieren dar clase a niños, yo prefiero adultos", sostiene esta licenciada en Magisterio, Informática de gestión y Humanidades.

De todos los niveles que se dan en prisión, esta profesora imparte clase en el nivel más bajo: las enseñanzas básicas. "Ahora mismo tengo un grupo de extranjeros a los que damos clases de alfabetización y otro donde enseño matemáticas, lengua o gallego para adquieran el nivel y puedan pasar a ESA", indica esta docente, quien explica que son los propios presos quienes de forma voluntaria deben solicitar la asistencia a clase. "La demanda es alta y normalmente hay listas de espera porque no hay ni plazas ni profesores suficientes", explica esta profesora, quien resalta que una de las principales dificultades de dar clase en la cárcel es que los alumnos cambian de manera constante. "Cada mes se actualizan las listas, gente que sale en libertad, que trasladan... siempre hay caras nuevas y esto te obliga a adaptar mucho la programación", explica Fernández, quien sostiene que otra de las claves de su trabajo está en motivar a los alumnos. "Muchos se apuntan únicamente porque así ven a su amigo que está en otro módulo. Hay que hacer que se involucren, indica. Ella tiene claro que está ahí por vocación: "Enseñar no es solo dar conocimiento y aquí les formamos para integrarse cuando salgan en libertad".