Permanece activo las 24 horas, nunca se desenchufa y es el encargado de que hombres y mujeres carguen las pilas durante la noche para rendir en su día a día. El cerebro es, además, el artífice de los sueños, piezas claves en la regeneración del tejido cerebral y, por tanto, en el aprendizaje humano. Sueños que, incluso, han contribuido a escribir capítulos de la historia de la ciencia. Uno de los más famosos es el del químico alemán August Kekulé. Sentado en su estudio a oscuras, frente a la chimenea, seguía pensando en la estructura del benceno, una cuestión a la que llevaba dedicando años de su carrera, aún irresoluta. Se durmió y vio de nuevo a los átomos bailando ante sus ojos, largas filas, moviéndose como serpientes. De pronto, uno de aquellos reptiles se mordía su propia cola, el famoso símbolo de la alquimia conocido como ouroboros, resolviendo así, en brazos de Morfeo, el misterio de la estructura del anillo del benceno. Algo similar le ocurrió a Dmitri Mendeléyev, a quien un sueño le inspiró la tabla periódica de los elementos; o al médico Otto Loewi, a quien su cita diaria con la almohada le hizo dar con el experimento que demostró que la transmisión neuromuscular es química, gracias al cual acabó haciéndose con el Nobel de Medicina.

La lista de sueños reveladores no se limita al ámbito de la ciencia. El personaje de Frankenstein no existiría si Mary Shelly no hubiera soñado con él, ni tampoco El extraño caso de doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson. Incluso a músicos tan dispares como Beethoven o Paul McCartney muchas de sus melodías les sobrevenían mientras dormían. El mismísimo Gandhi explicaba que la inspiración para iniciar su protesta pacífica por la independencia de India germinó en parajes oníricos.

Muchas veces los sueños son bizarros e incoherentes, sí, pero otras pueden conducir a resolver problemas. La sabiduría popular es, en este caso, más sabia que nunca: ¿tienes un problema? Consúltalo con la almohada. Y es que, para la mayoría de los mortales, ocho horas de sueño reparador pueden hacer que nos levantemos con la mente clara, capaces de dilucidar una respuesta o de dar con una solución creativa a un rompecabezas.

Durante siglos se creyó, sin embargo, que al dormir el cerebro se desenchufaba y entraba en una prórroga en la que no pasaba nada, una explicación que carecía de sentido evolutivo. Diversas investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas arrojaron luz sobre este tema, dejando claro que la misión del cerebro, durante el sueño, es fundamental. Investigadores de la Universidad de Duke (Estados Unidos), por ejemplo, comprobaron que son las neuronas quienes, de noche, se encargan de archivar y procesar en la memoria lo que los seres humanos aprenden durante el día. Otro estudio de la Universidad de Lubcek (Alemania) asegura que el cerebro analiza los problemas cotidianos durante el sueño y que, incluso, puede concluir soluciones para ellos.

"Dormir es una función vital para el organismo, tanto como comer. Sin dormir absolutamente nada acabaríamos muriendo, y hacerlo mal de forma continuada puede comprometer nuestro estado de salud, nuestras emociones y, en consecuencia, nuestras relaciones sociales", explica el jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) y actual presidente de la Asociación Gallega de Psiquiatría, Manuel Serrano, quien insiste en que descansar bien es una especie de "cura intensiva" para el organismo física, psíquica y emocional. "El que no duerme paga un peaje. Cuando alguien lleva varios días en esa situación, lo habitual es que sufra trastornos psíquicos importantes, transitorios o no. Hay enfermedades que por no dormir pueden reactivarse. La falta de sueño puede ser un síntoma, pero también la causa, de ciertas patologías", subraya el doctor Serrano. Este especialista aclara, no obstante, que lo fundamental no es tanto la cantidad, como "la calidad" del sueño. "Algunas personas duermen poco y no necesitan hacerlo más para descansar y rendir en su día a día. De hecho, hay personajes históricos, como Napoleón o Margaret Tatcher, de los que se dice que apenas dormían una cinco o seis horas diarias", señala.

La estructura del sueño, tal y como la conocemos en la actualidad, consta de dos grandes fases: la no Mor, en la que el cerebro está más tranquilo, retardado, y la Mor (o fase Rem, por sus siglas en inglés), en la que los ojos se mueven muy rápido (de ahí su nombre, Mor, movimiento de ojos rápido) y el cerebro registra una actividad mucho más importante. "La fase no Mor se divide, a su vez, en cuatro etapas, en las que se registran sólo el 20% de los sueños y que, en este caso, son lineales, recuerdos de algo que nos ha ocurrido a lo largo del día", indica el jefe de Psiquiatría del Chuac. El 80% restante, la gran mayoría de los sueños, por tanto, se producen en la fase Mor. "Ya no estamos hablando de sueños lineales, aquí hay de todo, como en un cuadro de Dalí o en una película de Buñuel. Los sueños de esta fase requieren de una interpretación, pues suelen estar relacionados con la energía pulsional reprimida y las emociones", añade el doctor Serrano, quien explica que la fase Mor es "la de sueño más profundo, en la que se produce el auténtico descanso psíquico". "Se da una paradoja, y es que aún siendo la fase de sueño más profundo, es cuando se registra una mayor actividad cerebral", apunta este especialista. Y refiere otra curiosidad. "En la fase Mor estamos completamente dormidos, es la guardiana del sueño, por eso durante esta fase sufrimos hipotonía muscular (al bebé se le cae el chupete, al adulto que duerme sentado en una butaca se le resbala la cabeza); si no fuese así, moveríamos nuestro cuerpo e interpretaríamos lo que estamos soñando. De hecho, ciertos fármacos inhiben esa hipotonía muscular y hacen que quienes los consumen escenifiquen sus sueños", destaca.

Durante una noche normal, las personas pasan por tres o cuatro ciclos de sueño, con sus respectivas fases no Mor y Mor. "Se tarda alrededor de una hora y media en llegar a cada fase Mor. Por eso, en teoría, nunca se alcanza el sueño profundo durante la siesta, salvo los 'sibaritas' de esta práctica diaria. El cuerpo descansa, pero la mente no, de ahí que a veces, tras echarnos una cabezada después de comer, tengamos la sensación de estar incluso más adormilados", explica el jefe de Psiquiatría del Chuac, quien subraya que la profundidad del sueño no sólo varía durante cada ciclo, sino que también lo hace en el conjunto de la noche. "Va cambiando. En las tres primeras horas el sueño es mucho más profundo que en las cuatro finales, es cuando se descansa más", destaca.

El ser humano sueña todas las noches, aunque no siempre es consciente de ello. "Sólo recordamos los sueños cuando nos despertamos en la fase Mor, en la que el cerebro está en plena actividad", señala el doctor Serrano, quien explica que el contenido de los sueños puede olvidarse porque "no se acumula en los mismos circuitos" que otra información.

El significado que tienen los sueños de cada persona es uno de los misterios todavía sin resolver. Para los griegos, los sueños eran un mensaje de los dioses, los indios creían que con ellos se podía predecir el futuro y para Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, no eran más que el fruto del subconsciente de cada individuo. Pese a que científicamente poco se sabe de la interpretación de los sueños, los médicos tienen claro que guardan relación con las vivencias o los temores de cada individuo. "Todo lo que soñamos viene influenciado por lo que vivimos cada día, por nuestra energía pulsional reprimida o nuestras emociones. Sólo en algunas ocasiones, los sueños son lineales, recuerdos de algo que nos ha pasado -cuando se producen en la fase no Mor-. La mayoría de las veces hay que interpretarlos", insiste el jefe de Psiquiatría del Chuac, quien asegura que en el caso de las pesadillas o los sueños desagradables, el origen puede ser otro. "Cenar de forma copiosa o consumir alcohol y acostarnos directamente, el estrés, padecer alguna enfermedad grave e incluso el consumo de ciertos fármacos", señala Manuel Serrano.

La forma de soñar cambia con los años. "Los niños sueñan mucho más que los adultos, porque también duermen más", apunta el jefe de Psiquiatría del Chuac. También varía con la edad la forma de enfrentarse a sueños desagradables, de ahí que haya que diferenciar entre las pesadillas y los terrores nocturnos. "Las pesadillas se producen en la fase Mor, por eso podemos recordarlas, mientras que los terrores nocturnos que sufren los niños en cierta etapa de su vida se dan en la fase no Mor, de ahí que se despierten sobresaltados, sudando, pero sin saber por qué", sostiene este psiquiatra. Otras anomalías, como hablar en sueños o levantarse mientras se está dormido, se engloban ya dentro de los denominados "trastornos del sueño".