"Al principio pensaron que era un bebé, porque no paraba de chillar". Es lo primero que supo Laura Lizancos de Shukran, una perrita de raza kuvasz -"pastor de los caballos" en árabe-, que viajó en barco desde Siria hasta la isla griega de Lesbos y al campamento de Idomeni, donde se lo entregaron a esta maestra coruñesa, miembro del proyecto de voluntariado Families4peace. "No sabemos nada de su familia original, ni dónde están, ni cuántos son... A mí me lo trajo una familia que iba a ser realojada en Atenas y no podía llevárselo. Y aunque me daba mucha rabia al principio, acepté encantada no sin antes prometerles que volverían a saber de ella", explica.

La perrita, de tres meses aproximados, no solo hizo las delicias de los demás voluntarios como Lizancos en el campamento de Idomeni, sino que representó un atisbo de vida para los miles de refugiados que ven incierto su futuro. "Su trabajo era básicamente el de un terapeuta en el campo. Y se notaba mucho en el cambio de actitud de los niños, los ancianos?", relata la coruñesa, quien comenta que le puso shukran -gracias en árabe- porque es lo único que le decían al dejar que jugase con ellos.

Pero si Shukran está aquí, aparte de por el peligro que podía correr en el campo -"en el momento en el que estamos no habría acabado bien; la adoran pero es una situación límite"- es además para reivindicar la controversia que existe a la hora de querer ayudar a una persona y a un animal en Europa. "Cuando lo llevé al veterinario en Idomeni, éste le puso sus vacunas y en 20 minutos tuvo su pasaporte europeo. Y cuando me subí con ella al avión me puse a llorar. Es increíble que sea más sencillo traerla a ella que ayudar a las personas. Esto representa la locura de la sociedad en la que vivimos, que le da antes un pasaporte a un animal que a un humano", denuncia Lizancos.

Lo que impulsó a esta coruñesa a viajar a Lesbos fue la incredulidad de lo que estaba pasando. "Me sonaba muy extraño pensar que había tantos miles de personas en estas circunstancias y como yo he trabajado haciendo proyectos de documentación fotográfica en lugares como Guantánamo, la India? y mi propia familia fueron exiliados de la Guerra Civil española, quería saber de primera mano qué estaba pasando allí", cuenta esta.

Hace siete meses que pisó por primera vez un campo de refugiados y asegura que desde ese momento no se puede quitar de la cabeza lo que allí vivió. "Fue lo más horrible que he visto en la vida. He estado en 43 países con distintos proyectos pero esto multiplica por mil lo peor que te puedas imaginar", confiesa Lizancos.

Lo primero que tuvo que hacer al llegar a Lesbos, además de prestar ayuda a los miles de refugiados que llegaban cada día, fue acostumbrarse a convivir con las mafias. "Sacábamos a los refugiados del barco y aún cuando ni siquiera habían tocado tierra, los estafadores ya estaban desguazando el barco, para vender los motores a Turquía por 150 euros cada uno y provocar así un reciclaje infinito", explica.

"De los refugiados se aprovecha todo el mundo" confiesa la coruñesa, quien recuerda los muchos inconvenientes con los que se encuentran los voluntarios a la hora de querer socorrer y ayudar a los migrantes, provocando episodios como el de los tres bomberos sevillanos andaluces detenidos -y liberados finalmente bajo fianza-, acusados de tráfico de personas. "De acuerdo con la ley marítima no somos quién de socorrer a nadie. Tienes que esperar a que naufraguen para hacerlo. El problema que tuvieron los bomberos y un chico danés de nuestra organización que iba con ellos y que todavía continua en libertad condicional, fue ese. Venía en una lancha una persona sin piernas y muchos niños. Llamaron a la guardia costera griega y no vino, por lo que al ver que se hundía, decidieron sacarlos. Y ahí sí que apareció la guardia costera, que registró la lancha y al encontrar prismáticos, unos walkie tolkies y una navaja para cortar los chalecos salvavidas, por lo que ahora les piden 10 años por espionaje y tenencia ilícita de armas", comenta la voluntaria de Familes4peace, quien recalca que ahora graban todo, "por si acaso".

Una de las cosas que más le impactó a esta voluntaria coruñesa durante todos los meses que lleva cooperando en Grecia, es la entereza y humildad con la que llegan los refugiados a los campos. "Venían impecables con sus trajes, pero nada más pisar tierra les pedías perdón por tener que sacarles la ropa y evitar así una pulmonía; era el instante de degradación máxima. La condición de refugiado la adquieren en ese momento", señala Laura Lizancos, quien destaca la dureza que supone decirle a un abogado, médico o arquitecto que ahora todo eso es "papel mojado".

"Estas personas no merecen caridad, lo que tienen que reclamar es justicia", señala y asegura que fue una niña de 15 años quien le dio la clave: "Seguro que los políticos lo intentan y a lo mejor es muy difícil solucionarlo pero estamos aquí para que sientan que el pueblo tiene que estar a su lado. Y eso es lo que intentamos hacer". La adolescente es vecina de Kavala, donde los vecinos organizan una especie de mercado en el puerto con alimentos y ropa y al grito de "free, free" invitan a los refugiados que bajan del ferry -procedente de Lesbos- a que cojan lo que necesiten.

Fueron muchas las veces que Laura Lizancos y sus compañeros quisieron tirar la toalla, pero al convivir cada día en los campos de refugiados, deciden seguir adelante para continuar una lucha conjunta. "Hablan de la Segunda Guerra Mundial, pero esto es peor. Por una sencilla razón, y es que en aquel momento los nazis hicieron cosas que supimos años después, pero es que hoy lo sabemos y lo estamos divulgando con imágenes, vídeos? y lo estamos permitiendo igualmente", expone la coruñesa.

A finales de este mes, Lizancos regresará a Grecia, pero esta vez lo tendrá que hacer sin Shukran ya que está en el límite de peso para poder volar. Pero no viajará sola. Lo hará con Benito, uno de sus otros perros que tiene en su casa de A Coruña y quien está acostumbrado a ser el centro de atención ya que "hace terapia aquí en las residencias de ancianos". "Todo el mundo puede ser voluntario. Y la verdad es que recibimos mucho más de lo que damos. Vengo siempre súper llena", explica.