El primer concierto de Lou Reed en España no terminó con un acorde, ni con un acople de guitarra velvetiano, ni con una despedida por parte de la arisca estrella. El remate de la velada fueron los porrazos con los que los grises, la policía franquista, dispersó al abundante público que Reed había congregado en el Palacio de los Deportes de Barcelona. Era el 18 de marzo de 1975, el tirano iniciaba su agonía en El Pardo y se vislumbraba el inicio de una nueva etapa en el país.

Con este percal se encontró Reed cuando llegó a la ciudad condal. Naturalmente, el poeta neoyorquino no vino solo. Le acompañaban sus músicos, su séquito y su novia Rachel. La fundadora de la revista Popular 1, Bertha M. Yebra, fue una de las encargadas de recibir a la pareja en el aeropuerto de El Prat: "Ella era muy graciosa y extrovertida. Me contó que había vivido en Andalucía y decía palabras en castellano, aunque, como es lógico, estaba muy pendiente de Lou. Pero me pareció muy simpática".

Conviene recordar que en esa época, estaba vigente en España la Ley de Peligrosidad Social, que penaba gravemente la homosexualidad y la transexualidad. "De esas cosas la policía no se enteraba -apunta Yebra-. Rachel iba vestida de hombre, pero con el pelo largo. Tenía unas facciones finas pero no muy femeninas, no parecía una chica ni un chico. Estaban coladísimos el uno por el otro, se notaba. Lou incluso le compró un montón de joyas en una joyería que había dentro de su hotel y no pagó, le dejó la cuenta a los promotores".

Rachel fue la musa más misteriosa de Lou Reed. Además de acompañarle de gira, inspiró alguno de los mejores momentos de su discografía, en una etapa de renacer artístico que dejó un puñado de soberbias composiciones. Pero poco o nada se sabe de su vida anterior y posterior a esta relación. Los escasos datos disponibles hablan de una joven de Philadelphia nacida en el cuerpo de un chico, de sangre india y mexicana, que pasó toda su juventud entrando y saliendo de cárceles y reformatorios. De una mujer de la calle que trabajó de peluquera y de una drag queen de la noche neoyorquina, que sufrió constantes discriminaciones económicas, raciales y de género. Pobre, mestiza y transexual. Era, literalmente, una canción de Lou Reed con patas.

"Esas raíces atraían seguramente a Lou, como todo buen desclasado de clase media y estudios universitarios -reflexiona Ignacio Julià, fundador de la revista Ruta 66 y autor de los libros Feed-Back/The Velvet Underground: legend, truth y Lou Reed: Catálogo irracional-. Si en la Factory de Andy Warhol encontró por vez primera un entorno de "monstruos" en los que verse reflejado y saber que su idiosincrasia no era tan rara, al enamorarse perdidamente de Rachel vislumbró a "un alma gemela".

Musa y artista se conocieron en otoño de 1974. Reed se encontraba en un momento bajo en lo creativo. Su salud tampoco era muy boyante y básicamente malvivía en un hotel, hasta arriba de deudas y anfetaminas. El flechazo tuvo lugar a pocas manzanas del mítico Max's Kansas City, en un after hours frecuentado por drag queens llamado Club 82. Los New York Dolls ofrecieron allí un recordado recital totalmente travestidos y dice la leyenda que, muchos años antes y también sobre ese escenario, el mismísimo Errol Flynn solía tocar el piano con el miembro. Un local con historia.

Todos los que la conocieron en ese ambiente tienen palabras amables para Rachel. Era un completo caos como persona, pero un caos adorable, que empezó a ayudar a Reed tanto en lo artístico como en lo mundano, pese a asegurar que no le importaba ni lo más mínimo su música. "Es sorprendente que siendo un desastre andante, como se la ha descrito, realizase tareas logísticas y de asistente con Lou. En el sentido de la relación, creo que es obvio que ella aportó muchísimo más a Lou que al revés", sentencia Julià.

Pronto iniciaron una convivencia que coincidió con la explosión del punk en Nueva York. Tanto el entorno del artista como el de su pareja contemplaron aliviados la relativa estabilidad que alcanzaron juntos. Incluso la fotógrafa Eileen Polk aseguraba en el libro Por favor, Mátame. La historia oral del punk, que todo el mundo se alegraba de que a Rachel, literalmente, "por fin le pasase algo bueno". La pareja se dejaba ver en la noche neoyorquina e incluso acudieron al CBGB a ver a los Ramones, dejando boquiabiertos a todos los punks allí reunidos. Todas estas vivencias le proporcionaron a Reed un rebrote de creatividad que cristalizó en uno de sus mejores álbumes.

Coney Island Baby se publicó en enero 1976, y supuso la vuelta de Lou a un rock más estandar tras el experimento industrial Metal Machine Music. Empapado de influencias Doo Woop -el pop vocal de la década de los cincuenta con el que creció-, de romanticismo y preñado de guitarras cristalinas, el disco devolvió al mejor Reed. Proporcionó también alguna de las piezas más brillantes de su repertorio, como Charley's Girl, la relectura del She´s my best friend de Velvet Underground y el emocionante tema homónimo, en el que le canta a "la gloria del amor". Un disco unánimemente alabado, inspirado por la conexión y la pasión -también por las peleas- que experimentaba junto a Rachel.

La relación se fue agriando a lo largo de 1977 y Rachel dejó al músico definitivamente a principios de 1978, justo dos años después de Coney Island Baby. Las súplicas que Lou lanzó a su amada a través de las canciones Wait y Street Hassle -del disco del mismo título, editado ese año- no surtieron efecto. Rachel se perdió en la misma bruma de la que surgió, y nada se sabe de ella desde entonces. Algunas fuentes aseguran que falleció a principio de la década de los noventa, aunque nada es seguro. Quizá logró encauzar su vida y dejar atrás su dura existencia anterior, o quizás volvió a las calles. Incluso puede que haya sobrevivido a Reed, fallecido en 2013.

Rachel pasó de puntillas por la historia del rock como un enigmático símbolo del más apasionado amor, en una época en la que esos misterios aún eran posibles. Fue musa, inspiradora, colaboradora y símbolo de unos tiempos irrepetibles. En el mundo de hoy sería imposible que una persona pública desapareciese sin más, tarde o temprano sería cazada por alguien en alguna red social y saldrían a la luz todo tipo de datos y cotilleos. En cambio, los únicos testimonios que quedan de esta relación es lo que cuentan quienes la vivieron, unas cuantas fotos y algunas canciones.