El Papa arrancó los aplausos de los miles de fieles congregados ayer en la Plaza de San Pedro del Vaticano para asistir a la ceremonia de canonización de la Madre Teresa de Calcuta con una frase improvisada en su homilía. "Seguiremos llamándola madre de manera espontánea", aseguró. Antes, el Pontífice había destacado la fuerza de la nueva santa al imponer "su voz a los poderosos" de la tierra, para que reconocieran sus "culpas" ante los "crímenes de la pobreza" creada por ellos mismos. Asimismo, destacó su lucha contra el aborto y recordó que siempre decía que "el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre".

Francisco insistió en que la Madre Teresa de Calcuta estuvo "a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada". El Papa indicó sobre Teresa de Calcuta: "Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz. La misericordia ha sido para ella la sal que daba sabor a cada obra suya, y la luz que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento".

Encabezando la delegación española en la solemne ceremonia, estaba la reina Sofía que llegó a sus asientos situados en las primeras filas de la plaza de San Pedro a la izquierda del altar con un vestido blanco y sin mantilla. La reina Sofía se acogió a la dispensa papal que permite que las reinas católicas vistan de blanco, un privilegio que sólo unas pocas mujeres tienen el mundo. Los presidentes, ministros y demás personalidades que tengan encuentros con el máximo responsable de la Iglesia católica deben hacerlo de riguroso negro.

La Reina llevaba una medalla que le regaló en vida la Madre Teresa con la insignia de las Misioneras de la Caridad. La delegación española la completaba la presidenta del Congreso, la gallega Ana Pastor, y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo.

Francisco valoró la figura de la monja albanesa que recibió en 1979 el Premio Nobel de la Paz, como la "incansable trabajadora de la misericordia" y pidió que ayude a los cristianos a comprender que el "único criterio de acción" de la Iglesia debe ser "el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión".

"Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres", señaló Francisco en la homilía de la canonización. "Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad", agregó.

En este sentido, el Papa quiso evidenciar que la vida cristiana "no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad". "Si fuera así, sería sin duda un hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero sería estéril porque no tiene raíz. Por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor", ha evidenciado al respecto. Sin embargo, el Papa realzó la labor de los voluntarios y su "servicio escondido, humilde y desinteresado". "Este loable servicio da voz a la fe y expresa la misericordia del Padre que está cerca de quien pasa necesidad", indicó el Pontífice.