Cuarenta y un días después los ojos de Gonzalo relampaguean empapados en alegría. Cuarenta y un días después sonríe Gonzalo y levanta los pulgares en un gesto preñado de fuerza con el que despliega todo su vigor de titán luchador. Cuarenta y un días después de tener que aislarse en una habitación del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo por una grave enfermedad hematológica, Gonzalo Fernández Dos Santos pudo el martes ver, sentir y escuchar al fin a sus dos hijos de 14 y 6 años, con los que solo había podido comunicarse desde el 26 de octubre por teléfono o vídeo llamadas. El reencuentro, inmortalizado por Ana B. Soliño, su esposa, se obró con la esfera fantástica e inasible de los sueños: a bastantes metros de altura y a través de uno de los gruesos ventanales por los que cada mañana se cuela el sol en los cuartos y pasillos del área de aislamiento del centro hospitalario.

El instante, con más fuerza sanadora que horas de quimioterapia o cargamentos enteros de medicinas, fue fruto del feliz cruce entre la casualidad y la entrega incondicional de quienes quieren a Gonzalo. La semilla la plantó su mujer, Ana. "Como lo vi bajito de moral le propuse a la familia y a los amigos que, ya que él no puede recibir visitas, se reuniesen ellos en el patio para saludarlo desde allí. Nosotros aquí vemos muy bien la explanada", relataba ayer Ana desde el cuarto del hospital en el que acompaña día y noche a su esposo, al que conoció hace dos décadas, cuando ella tenía 15 años y Gonzalo no pasaba de los 18.

Para organizar la sorpresa Ana creó un grupo de WhatsApp. El día acordado, el 6, y a la hora pactada, las cinco de la tarde, una veintena de incondicionales de Gonzalo se plantaban bajo la ventana del área de aislamiento con globos y un enorme cartel en el que daban ánimos a su amigo. El plan -continúa Ana- era acercar a Gonzalo a la cristalera y que pudiera hablar con los suyos a través del teléfono. La cosa no salió bien. Un imprevisto lo complicó todo para que lo que iba a ser una dulce sorpresa se convirtiese, al final, en un reencuentro emotivo.

Cuando sus amigos y parientes estaban ya a punto de soltar los globos y estallar en una ovación, un enfermero entró en el cuarto de Gonzalo. Era la hora de sus medicinas. "Les envié un mensaje para avisarles de que nos retrasábamos cinco minutos, que esperasen", comenta Ana con una sonrisa y emoción vibrantes que, casi 24 horas después de la sorpresa, recorren aún el hilo telefónico como un chisporroteo de electricidad. La sesión con las medicinas acabó y Ana dio el aviso, pero los amigos de Gonzalo no daban señales de vida. Ni rastro del whatsApp con el que habían quedado de dar su ok. "Estaba esperando a que me llamaran cuando de repente me asomo a la ventana...", apura.

Y allí estaba la sorpresa. El chute de energía, como ya lo ha bautizado ella. Por el mismo ventanal por el que se cuela a diario el sol, desde el que los pacientes de aislamiento siguen los atardeceres y amaneceres o el monótono tráfico que se desliza a lo lejos, por esa misma ventana, asomaron los rostros radiantes de Gonzalo y Daniela -los retoños de la pareja, de 14 y seis años-, y Viviana, la hermana de Gonzalo. "Fue algo genial, increíble, una alegría...", revive Ana: "Me pedía que le bajara de la cama para acercarse a la ventana y poder saludarlos".

-¿Cómo vivió él la sorpresa?

-Le alegró muchísimo... Mira las fotos, su cara resplandece.

Esa misma tarde, todavía con la adrenalina vibrándole en el cuerpo y la sonrisa en los labios, Gonzalo escribía una breve y emotiva nota. "Hoy ha sido un día maravilloso. Gracias y mil veces gracias desde el otro lado del cristal", relataba en la nota, que acompaña íntegra a este reportaje. En sus líneas lanza un guiño a su familia, a sus amigos y al personal del Álvaro Cunqueiro y subraya su gran anhelo: volver a "abrazar y sentir a mis hijos": "Hecho de menos el olor a colonia infantil en el pelo de mi pequeña golondrina y tocar el pelo engominado de mi pequeño saltamontes".

Pero... ¿cómo se obró el milagro? ¿Cómo se elevaron sus hijos hasta la ventana de Gonzalo? El mérito -explica Ana- es del operario de una grúa móvil que esa misma tarde trabajaba en el hospital. Al verla avanzando poco a poco hacia la ventana de la planta de Hematología y tras recibir el mensaje de Ana de que la sorpresa tenía que posponerse unos minutos, los amigos y parientes de Gonzalo decidieron poner toda la carne en el asador. Le explicaron la situación al operario. Y lo consiguieron. Ayer Gonzalo y Ana solo tenían palabras de agradecimiento para el trabajador de la grúa y lamentaban cualquier posible molestia que haya podido causar el reencuentro al hospital o al resto de pacientes.