Cada vez que nos aplicamos una gota oftalmológica, menos del 1% de su contenido acaba penetrando en nuestro ojo debido al parpadeo y a sus mecanismos de defensa. ¿Es posible mejorar estos tratamientos? La respuesta está en los océanos y, más en concreto, en los descartes pesqueros y los subproductos industriales como pieles, cabezas o espinas. Tras un año de trabajo y varias colaboraciones internacionales, la investigadora gallega Isabel Rodríguez Amado ha obtenido los primeros nanomateriales a partir de polímeros marinos que podrían aumentar la eficacia de los fármacos oculares.

"Estos nuevos materiales tienen propiedades mucoadhesivas y el objetivo es encapsular con ellos los fármacos que se liberan en los tejidos epiteliales de la córnea. De esta forma, aunque parte de la gota se pierda por el parpadeo, el resto siempre se quedará fijado y dará tiempo a que la medicina se libere poco a poco y penetre de forma más eficiente. Ya hemos conseguido nanopartículas con tamaños menores a los 200 nanómetros", destaca Isabel Rodríguez, uno de los talentos gallegos recuperados del extranjero a través del programa FellowSea-Marie Curie.

La bioquímica trabaja en el mismo laboratorio del campus de Ourense en el que se doctoró y colabora con el grupo de Valorización y Reciclado de Residuos que dirige José Antonio Vázquez en el Instituto de Investigaciones Marinas-CSIC de Vigo. Un grupo en el que ella trabajó durante dos años y medio y que cuenta con "amplia experiencia" en la recuperación de polímeros marinos procedentes de subproductos de la pesca.

Para la caracterización de nanopartículas cuenta con el apoyo del Laboratorio Ibérico Internacional de Nanotecnología de Braga (INL) a través del que fue su director de tesis, Lorenzo Pastrana. Y su proyecto también implica a expertos de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Reading (Reino Unido), donde trabajaba antes de regresar a Galicia.

"Todos los FellowSea volvemos con nuestra red de contactos internacionales y esto es lo que interesa en ciencia. La colaboración lleva a los descubrimientos más importantes", destaca Rodríguez.

Sus estudios se centran en tres polímeros de origen marino -quitosano, condroitín sulfato y ácido hialurónico- que son muy utilizados en aplicaciones farmacológicas por su biocompatibilidad.

Su obtención a partir de residuos pesqueros abarataría la producción a nivel industrial y también permitiría reducir el volumen de residuos generados por el sector alimentario. "Las proteínas o azúcares de las aguas de cocción, por ejemplo, podrían utilizarse en la recuperación de los polímeros y así se reduciría la carga contaminante", apunta.

La cabeza y las cáscaras de los crustáceos ya se utilizan como fuente convencional para obtener quitosano, pero la investigadora también ha conseguido recuperarlo de las plumas de calamar.

Y es que otro de los objetivos del proyecto es el de establecer un catálogo de sustancias con diferentes aplicaciones: "Las fuentes naturales comerciales son bastante limitadas y sus propiedades no siempre están bien definidas. Los polímeros marinos tienen tamaños muy diferentes y esta condición es la que define sus posibles aplicaciones. Al obtenerlos de otras fuentes todavía no exploradas estamos descubriendo nuevas potencialidades y la idea es diseñar procesos para recuperarlos, purificarlos y fraccionarlos en diferentes tamaños y así contar con una carta para diferentes usos".

Rodríguez, que planea realizar una breve estancia en el INL, ha iniciado de forma reciente una nueva colaboración con el grupo BFactory, del centro de Ingeniería Biológica de la Universidad de Minho, cuya sede también está en Braga.

"Tienen equipos en los que consiguen simular el parpadeo y voy a testar allí mis soluciones para comprobar si además de mejorar la biodisponibilidad del fármaco en el ojo también tienen propiedades lubrificantes y no producen escozor", explica.

Fruto de los estudios realizados hasta el momento, Rodríguez ya dispone de un lote considerable de polímeros y ha sintetizado nanopartículas a partir de quitosano y ácido hialurónico. "Ha sido un año muy bueno y muy intenso. El proyecto es muy interesante y valoro mucho que la Universidad se arriesgue con este tipo de convocatorias. Además los contratos Marie Curie están muy bien valorados en el ámbito científico", destaca la investigadora, que se incorporó al Laboratorio de Bioquímica del campus ourensano en abril de 2016.