La historia del héroe del monopatín me ha parecido hermosa, inspiradora, impactante. Un nuevo símbolo del pacifismo más auténtico: como esas imágenes en las que una niña desnuda huye del horror nuclear; o un hombre para un tanque en plena plaza de Tiananmén.

Ignacio Echeverría defendió a una mujer que estaba siendo brutalmente agredida por un yihadista, y lo hizo con su monopatín. Luego lo apuñalaron y desgraciadamente perdió la vida.

Hace pocos días paseaba con mis hijos por esa misma zona.

Este atentado nos deja a todos una amargura indescriptible, en parte porque podía habernos pasado a cualquiera. Echeverría podría ser nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro amigo, incluso nosotros mismos.

El terror puede acechar en cualquier parte, sin piedad ni previo aviso, y no nos queda otra que aprender a convivir con ello. Pero una no puede evitar preguntarse, ¿cómo combatir a seres humanos que no creen que la vida sea un derecho en si misma?

Todos hemos derramado lágrimas pensando en las víctimas del terrorismo que ya pueden contarse por cientos de pérdidas humanas al mes en Europa, Rusia, Nigeria, Afganistán, Líbano, Irak y Siria. Pero estos días me he emocionado especialmente con Ignacio Echeverría y su actitud valiente. Tal vez porque mi hijo mayor también patina y porque sé cómo los vecinos le ponen mala cara por ser ruidoso y osado. Me encanta que haya surgido un héroe que no vuela sino que va con monopatín. Gracias a este trágico suceso, tal vez, la tribu urbana de los skaters, a veces incomprendida, pueda ser un poco más valorada.

Los skaters han venido al mundo para disfrutar la vida y por ello reniegan de ciertos formalismos. Son creativos y transgresores y tienen una visión espacio temporal diferente a la del resto.

El mobiliario urbano es una gran atracción para ellos.

Una escalera, o una barandilla son una oportunidad para lanzarse al vacío y superarse durante horas. Son solidarios y se alegran de los logros de sus compañeros. Lógicamente hay de todo, como en todas partes pero a grandes rasgos esta es su filosofía; vive y deja vivir. Entienden la competitividad como una oportunidad para superarse pero siempre desde la honestidad.

Aprenden a caer y a levantarse las veces que haga falta, y por todo ello me duele profundamente que, en esta ocasión, Ignacio Echeverría se lanzara al vacío, cayera y no lograra volver a levantarse.

Pero sobretodo son pacifistas, y el mundo entero debería imitarles en este punto. Esa debería ser la actitud imperante, y más ahora en la que parece que muchos ya hablan abiertamente de una guerra entre civilizaciones.