Quién no se ha preguntado alguna vez qué ocurriría con nuestras publicaciones en Facebook o Twitter si de repente nos morimos? Existe un vacío legal y hay quien ya aconseja tener preparado un testamento digital por si ocurre lo que nadie quiere que ocurra, pero que sin duda va a ocurrir.

Una sentencia de un tribunal alemán ha desatado el debate. Todo empezó en 2012 tras la muerte de una joven arrollada por el metro en Berlín. Los padres no las tenían todas consigo y creían que la chica podría haberse suicidado. Así que acudieron a su cuenta de Facebook, que es donde irónicamente ahora guardamos los secretos. Y se encontraron con que la cuenta estaba bloqueada, es decir, en lo que la red social llama estado de "memorial" ( In Memoriam).

Un amigo de la chica se había adelantado y había notificado el fallecimiento -se supone que presentaría un certificado de defunción- a Facebook, que inmediatamente actualizó el estado, limitando la información accesible. Los padres, convencidos de ser los herederos naturales, demandaron a la plataforma y ganaron en primera instancia. Pero un recurso de la compañía cambió las tornas: ahora el tribunal considera que la información es de carácter privado y al no haber dado su consentimiento la joven, nadie puede acceder a ella. Ni siquiera la considera parte de su herencia, como el resto de sus pertenencias. Es más, al estar implicadas terceras personas en los chats y no tener tampoco su consentimiento para hacer público el contenido, toda la información queda bajo la custodia de Facebook.

Es un problema que no tendrá solución hasta que no se invente, que se inventará, un impuesto de sucesiones para la herencia digital. Otra cuestión que inmediatamente se plantea es cómo va a almacenar Facebook la información de cada usuario. Ahora somos solo unos 2.000 millones de usuarios, pero resulta inimaginable cuántos seremos dentro de unos años incluyendo vivos y muertos.

Contar la cantidad de personas que a lo largo de la historia han pisado la tierra ha sido un recurrente devaneo científico, un pasatiempo. A mí se me ha quedado grabado el relato de mi padre de uno de sus sueños más frecuentes. Aludía a la resurrección de los muertos. Veía multitudes de personas montaña abajo rebosando los caminos del valle del San Silvestre, afluente del Nalón. A la altura de La Hueria de Carrocera, preguntaba a uno de ellos si sabía algo de los del 45 -año en que se había muerto su padre y mi abuelo- y le contestaba: "¡Qué va, nosotros somos del 17! ¡Falta mucho para que lleguen!".

Y es que ni siquiera la Teología ha sido capaz de explicar con claridad cómo vamos a caber todos resucitados en cuerpo y alma. Si no conseguimos gestionar los recursos para los que somos, estamos como para dar de comer a los que fueron. Y es que "Aquí no hay cama pa' tanta gente ", como cantaba el Gran Combo de Puerto Rico.

No hay nube lo suficientemente grande para guardar todos los datos que vamos dejando por ahí, por internet, para acoger nuestra herencia digital. Los cuerpos los reabsorbe la tierra y las almas son etéreas, pero los datos ocupan espacio y no se autodestruyen. Así que ya sabe, haga testamento o su huella digital se irá con usted a la tumba, o tal vez se los guarde Facebook y a saber con qué propósito. Los datos son el oro negro de nuestra época.