Ala chita callando, Pablo Berger se está postulando como uno de los cineastas sin prisas ni pausas que más y mejor están revisando zonas claroscuras de la historia (¿histeria mejor?) española a partir de andamiajes sociológicos con un punto de exquisita travesura. Si Torremolinos 73, su mejor obra, se metía hasta la cintura en el lodazal de aquella España casposa y rasposa de los años 70, en Blancanieves se ponía más solemne (y algo envarado, a decir verdad, el tiempo juega en su contra) con una muda y estilosa recreación del cuento famoso con ribetes taurinos y logrados pespuntes sobre la hiel de toro. Era de esperar que su tercer trabajo también optara por caminos poco frecuentados, en este caso una comedia de tintes negros con ambientes muy de barrio español y espinas demoníacas con las que buscar cosquillas caseras.

Costumbrismo muy peculiar, feminismo a ultranza y fantasmas con olor a sardina y lejía. El encanto cutre de las bodas. La angustia del delantal. España, extendida al sol. Abracadabra dejará patidifusos a quienes esperen una comedia al uso. Y de eso, nada de nada. De hecho la parte más anclada en el humor es la menos convincente y el interés hay que buscarlo en el encontronazo entre géneros aparentemente dispares, que no disparatados aunque amenacen con serlo.

Correcto reparto (hombre, Antonio de la Torre otra vez) en el que sobresale, una vez más, una Maribel Verdú en un papel que parece llamar a las puertas de Almodóvar directamente. Bueno, del Almodóvar sin pantuflas no instalado en zonas de confort de hace unos cuantos años?