El otro día fui a la consulta del médico -tranquilos, nada importante-. La media hora que estuve esperando me la pasé con el móvil. Al día siguiente tocaba dentista. Mientras esperaba el turno antes de estar una hora tumbado con la boca abierta saqué mi móvil. Después cogí el bus para ir al centro. Durante el viaje... sí, eché mano del móvil.

El móvil ha acabado con los tiempos muertos. Hasta lo cogemos en el corto trayecto de 45 segundos que tarda en subir el ascensor.

El profesor de la Universidad de Navarra, José Luis Orihuela, alerta en una excelente conferencia que ofreció en Roma bajo el título ¿Qué nos estamos dejando en la cultura móvil? de los peajes que pagamos por vivir en una sociedad hiperconectada.

En anteriores artículos ya me referí a los dos primeros peajes que estamos sufriendo. El primero es que por culpa de los móviles estamos perdiendo nuestra mirada. Estamos más pendientes de la pantalla que de lo que sucede en el mundo real.

El segundo es que la tecnología está eliminando las distancias. Al usar la misma tecnología para comunicarnos con todo el mundo (por ejemplo, por WhatsApp) utilizamos el mismo tono.

Y no es lo mismo hablar por wasap con nuestro jefe que con nuestro mejor amigo. Debemos tratar con distancia a los que tienen autoridad aunque nos estemos comunicando con ellos con la misma tecnología que con nuestros amigos.

El tercer peaje es que ya no existen los tiempos muertos. Han muerto las horas muertas. Han desaparecido esos momentos en los que simplemente estábamos pensando, alerta el profesor Orihuela, quien reconoce que la única forma de ser productivo es con horas juntas. Hay que cuidar las horas juntas para tener más productividad, avisa.

Y las que rompen esas horas juntas son, por ejemplo, las notificaciones. Nos hemos vuelto adictos a las notificaciones. Yo he llegado a ponerlas de colores. Las importantes en rojo. Esas que son necesarias desbloquear el teléfono cuando se reciben. El resto tienen otros colores y si no se ven al momento no se pierde nada. Mientras escribía este texto he tenido que parar un momento. Era mi madre que me llamaba al móvil.

Se han acabado las horas muertas, tenemos problemas para tener horas juntas y también se nos va el tiempo como si fuese un reloj de arena. Durante un día se nos va mucho tiempo cuando estamos conectados.

Si sumásemos el tiempo que estamos con nuestro móvil sin hacer nada productivo (WhatsApp, entrando en Facebook, dándole un like, entrando en Twitter, haciendo un retuit, sacando fotos, retocándolas, subiéndolas a Instagram, jugando al Candy Crush...) seguro que nos asustaríamos.

Vamos a hacer la prueba. Supongamos que pasamos más de dos horas al día, y sé que me quedo muy corto, haciendo todo lo anterior. Y dos horas al día durante todo un año es un mes. Es decir, de los doce meses, uno se nos va por el desagüe. Me parece mucho tiempo.

Las horas juntas son importantes para ser más productivos, pero también para reflexionar sobre nosotros. ¿Cuánto hace que no nos paramos un rato a pensar, a reflexionar sobre nuestras vidas?

Y para reflexionar también hace falta el silencio. Y nos hemos olvidado también de disfrutar del silencio. Parece que le tenemos pánico. No hay más que ver a todo el mundo por la calle con sus auriculares.

La tecnología es buena, pero a veces estamos pagando un peaje demasiado excesivo por utilizarla.