Verónica es una mujer chilena que espera con ilusión a su cuarto hijo cuando le explota el hígado y entra en muerte cerebral. Hoy vive para contar que estando en coma notaba una fuerza interior cuando le acercaban una reliquia del padre Faustino Míguez, beato gallego que por este milagro será declarado santo el domingo por el papa Francisco. "No tengo miedo a la muerte, no es algo malo, es bueno, blanco, había una quietud enorme, pero no era mi momento..., a veces sentía un calor intenso en el pecho, una fuerza..., notaba algo redondo..., luego he sabido que coincidía con las veces que me acercaban una reliquia con esa forma del padre Faustino". Este es el emocionado relato que ayer hizo Verónica Storberg en Madrid, poco antes de volar a Roma para asistir este fin de semana a la canonización de la persona que la Iglesia considera que le ha curado.

Es un milagro, se trata de "una curación inexplicable", destaca Sacramento Calderón, superiora general de la congregación de Hijas de la Divina Pastora, religiosas Calasancias, la orden que fundó Míguez. Nació Manuel Míguez -después Faustino de la Encarnación- en 1831 en Xamirás, una aldea de Acebedo del Río (Celanova, Ourense) y fue ordenado sacerdote en Madrid. Ejerció como maestro en Cádiz, Cuba y en Getafe, donde murió en 1925 y donde se venera su cuerpo incorrupto.

Y es tan inexplicable la cura de Verónica porque los médicos que la atendían ya habían decidido desconectarla cuando se produjo el milagro. Era 2003, llevaba tres meses en coma y los doctores dijeron a la familia que se despidieran de ella. Fue entonces cuando el marido y los hijos mayores de Verónica acudieron a rezar a la capilla del colegio Divina Pastora en La Florida (Chile) donde Verónica ejercía de catequista. Allí les recibe la madre Patricia Olivares, que era quien ponía a Verónica la reliquia del próximo santo cuando acudía a verla al hospital. Juntos rezan al padre Míguez.

El domingo este sacerdote subirá a los altares en un acto al que asistirá una amplia delegación escolapia y de Galicia.